Si bien no hay espacio para abordar las lejanas migraciones prehistóricas,1 importa mencionar aquéllas de los períodos de la Conquista y Colonización, por cuanto gran parte de la documentación atinente a Hispanoamérica se encuentra en español. Dentro de ese marco, las migraciones de Cuyo2 deben ser estudiadas interdisciplinariamente, con intervención de la Lingüística.3 Las migraciones andinas han variado étnica, numérica y lingüísticamente. En Cuyo no podemos acceder a fuentes orales sino en un ámbito muy restringido,4 en razón de la desaparición de las lenguas dominantes: el cacán y los dialectos huarpes.5 Por la parte documental, los textos escritos en lenguas no vernáculas6 iluminan situaciones que sí nos interesan, por cuanto para una gran cantidad de situaciones y varios siglos, es el español la vía de acceso para aquellas culturas.
Estos hechos consolidan la necesidad de una Filología amerindia7 dedicada a la interpretación de las fuentes que dan luz al fenómeno americano, con filólogos y lingüistas que indaguen en torno a las etnias anteriores y coetáneas a los procesos de conquista y colonización.8
No siempre conocemos, exacta o aproximadamente, las lenguas de las etnias prehispanas, incluso las de algunas sobrevivientes en épocas históricas, como para proponer análisis de la identidad lingüística de esos pueblos. Las evidencias arqueológicas dan indicios de permanencia o transmisión de culturas, pero muy difícilmente de lenguas. El auxilio en este ámbito surge de la toponimia, más que de la antroponimia.9 A pesar de que solo un 5 % de la toponimia cuyana está ocupada por voces autóctonas, su peso es considerable pues se vislumbran cuestiones culturales atinentes a la estructuración de esas lenguas primitivas,10 o a estratos desaparecidos a la llegada de los españoles. El estudio debe encararse con apoyo estratigráfico que identifique períodos y áreas lingüísticas.
Sobre la tela de las lenguas vernáculas se dibuja la expansión incásica con preponderancia del quechua y, de manera escasa, del aymara. No obstante, la lengua y la cultura del incario se ha proyectado más allá de los territorios que él mismo dominara, en angarillas del propio español, que se sirvió del quechua como «lengua general» para la relación con etnias minoritarias, cuyas lenguas finalmente sucumbieron.
Su análisis requiere la consideración de los cambios de política lingüística de la corona y sus alternativas seculares (Reyes Católicos, los Habsburgo y los Borbones) frente a las lenguas vernáculas. En lo que hace a las lenguas africanas su influencia fue escasa, por cuanto los esclavos la perdieron en alta mar.
En Cuyo hemos heredado un huarpe sin oralidad y sin cultura, un léxico, una gramática y un arte, de acuerdo con las normas del III Concilio Limense,11 pero perdimos el tesoro del cacán de los diaguitas por la desaparición de la obra del jesuita español Alonso de Barzana.
En el s. xviii, la modificación de los ejes político-administrativos de la Colonia estremecieron a Cuyo, actuando de manera decisiva en la identidad cultural regional. El primitivo foco político-religioso del Cuzco, quebrado con el imperio Incásico, pasó a operar durante los dos siglos siguientes desde Santiago y La Serena, y la administración catequética se atomizó, dirigida desde Santiago, Asunción, Córdoba y Lima, según las órdenes, más un foco comercial en Potosí. Las ordenanzas geopolíticas de Carlos III incorporaron a Cuyo al del Río de la Plata a través de Córdoba, situación que se prolongaría hasta la Independencia de España.
Desde fines del s. xviii el poder del Río de la Plata se fue consolidando, con intensa centralización, primero comercial, portuaria y laboral (venta de esclavos), después, política, y, finalmente, cultural. Desde 1810, los reportes de viajeros y científicos acrecentaron un proceso de identidad y auto reconocimiento que no existía durante la Colonia. Si bien es cierto que muchos informes, rescatados sobre todo en inglés, se conocieron tardíamente (s. xx), la construcción de una identidad propia se inició con la guerra de la independencia y con esos extranjeros. Durante el s. xix, la América se desdibujó para el gobierno rioplatense, no así para Cuyo que permaneció constante en sus relaciones con Chile, Perú y Bolivia. El liberalismo criollo y el influjo franco inglés se transformaron desde 1865 en inmigración europea, tecnificación y progreso económico. Mueren y surgen nuevos sistemas comerciales, según los requerimientos de las potencias europeas y el pláceme rioplatense y pampeano. La región de Cuyo, como la andinidad y mediterraneidad, se sumergen en una pálida conservación de tradiciones con aportes esporádicos.
Ese proceso (1850-1900), iniciado con la República, interesa a este Congreso, por cuanto con ella se inician las sucesivas descargas masivas de inmigrantes europeos y orientales, en su mayoría no hispanohablantes, portadores de culturas centenarias, sostenidas por lenguas escritas, generalmente con literatura propia.
No siempre se han circunscrito las áreas lingüísticas de esos grupos migratorios que en su origen provenían de lenguas, dialectos o hablas con culturas coincidentes o parecidas (incluso entre las hispano-peninsulares), u otros casos occidentales u orientales, allá, en su origen, diferentes, pero aquí, próximos, por efectos de una geografía dispar, o ante una idiosincrasia criolla diversa.
Muchas comunidades inmigratorias conservaron su identidad con la lengua, una o dos, cuando mucho, tres generaciones. Pero la escuela las niveló. La Ley 1420 de enseñanza pública, gratuita, laica y obligatoria exigió a todos los habitantes del país escolarizar a sus hijos en la lengua nacional, que era el castellano sin el voseo. Fue una medida de consolidación política. No se fundaba en una actitud negativa para abatir las lenguas no oficiales, sino de aceleración civilizadora. Durante este período, Cuyo recibió un importante caudal (no homogéneo) de migrantes, hombres de origen europeo y micro asiático, distribuidos al azar sobre el territorio.12 En ningún caso hubo modificaciones sobre el español, enriquecido culturalmente con propuestas de vertiente exohispanas.
Esa ley constituyó la medida efectiva de nivelación de la población, que restringió los círculos inmigrantes a lo privado, a lo que no era público y social, y a las comunidades aborígenes a una reflexión social, generalmente negativa, mediante la vergüenza y la desprotección.13
El proceso migratorio continuó durante el s. xx hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Se da el caso en San Juan de una fuerte inmigración valenciana que en más de medio siglo conservó escasamente su lengua, sin haber aportado enriquecimiento sobre el español general, salvo en lo cultural. El cocoliche del inmigrante italiano, que en Buenos Aires llegó al teatro, en Cuyo no infirió muestras prolongadas, siempre reducido por la escuela a la anécdota. En cambio el lunfardo porteño, cabalgando en el flujo cultural rioplatense, asentó en la sociedad cuyana improntas más seguras, desde las clases altas (por los estudiantes y el tango).
Actualmente, el español es la única lengua viva, de uso común, de tránsito docente y mediático. Para romper las isoglosas del español, los cuyanos debemos recorrer varios miles de kilómetros hasta Bolivia y oír el quechua y el aymara, hasta el Paraguay y gozar del guaraní, o hasta Brasil para contagiarnos del rumor carioca de los zambas; el mapuche vive al sur de Cuyo. Las lenguas aborígenes están circunscriptas a la toponimia, la antroponimia, la fauna y flora autóctonas. No obstante, las culturas originarias se detectan aquí y allá, y a veces por simples términos: tres en la telería,14 cinco en la faena del cerdo,15 en general, en una proporción siempre inferior a un 5 % de voces registradas. Sin embargo, esos reducidos porcentajes léxicos no reflejan la coloración cualitativa de una cultura criolla, genéticamente mestiza en un margen superior a esas cifras.
En Cuyo, la exclusividad del español como lengua de uso está contenida por las mismas circunstancias que en todo el país. Sin embargo, por su antigua dependencia y vecindad geográfica con Chile, un limitado número de voces señala esos contactos, todavía habituales, por los que hemos incorporado voces mapuches en el caudal de los chilenismos. Hay zonas de Cuyo que denotan mayor cercanía a Chile (Malargüe, Calingasta), otras más influidas desde el Río de la Plata, sea en la entonación o en algunas pronunciaciones. Manifestaciones que integran los capítulos de una Dialectología regional, pero no de la Gramática. Las actuales migraciones de Cuyo, como las de Argentina toda, suelen ser intraurbanas, interprovinciales, y en grado menor, desde países vecinos (antes de Chile, ahora mayoritariamente de Bolivia). Los problemas lingüísticos son mínimos o menores. En general, las mayores dificultades lingüísticas son soportadas por los inmigrantes asiáticos (coreanos, chinos, etc.), casi siempre agrupados en círculos cerrados, con prosperidad económica.
Esta situación de aparente insularidad mediterránea nos permite considerar a la distancia, por un lado, los procesos actuales de globalización cultural y, por el otro, la expansión y penetración mundial del español en ámbitos antes no alcanzados.
No compartimos los análisis de la globalización de tono apocalíptico, bajo un tinte escatológico y a la vez libertario. Globalización como una superpotencia avasalladora, donde las naciones y los nacionalismos no son sino estructuras serviles de sus estrategias, pero a la vez la panacea de la libertad, la piedra libre para optar por cualquier pretensión en todos los órdenes, incluso de la propia naturaleza.16
Frente a una euforia por el avance del español en países anglo o franco parlantes, preferimos adoptar una actitud de recelo antes que de inmaduro optimismo. Aceptamos como posible que el español se convirtiese en una lengua franca universal, a semejanza del inglés, o, como fuera en un tiempo, el francés de la diplomacia, o antes, el latín de los religiosos y científicos.
Es real el avance del español como elección de los universitarios de Canadá y de EE. UU., de universidades brasileñas, japonesas y chinas. Nos produce entusiasmo algunas encuestas que contabilizan el alto grado de opción del español como segunda lengua entre los jóvenes universitarios. Pero estas situaciones difieren en calidad respecto a la magnitud de migrantes latinos o hispanos en los EE. UU. Es preferible analizar el por qué esta potencia bélica y económica, emitirá un canal de TV en español con alcance nacional.
Analicemos cautamente la situación con suspicacia criolla.17 Nos importan seriamente los contenidos de los programas de los profesores universitarios, qué enseñan de la cultura hispanohablante, si la producción de la América hispana está incorporada y cómo. Nos preocupan las programaciones televisivas que se emitirán en los canales de EE. UU., que bien pudieran ser pensadas para mantener una población escasamente escolarizada, encaminada a modificar su raíz cultural mediante técnicas sutiles de dominación masiva. Saber quién promueve esos programas y a quiénes están dirigidos. Si están fabricados (como otros enlatados traducidos) para dominar obreros y asalariados, bajo el control del desprecio sajón, o si los actos de lengua están encaminados a perpetuar nuestra cultura hispana o hispanoamericana. Es decir, para hacerla sucumbir o potenciarla.18
Pero en Cuyo no existen problemas de migraciones en bandadas, como en los EE. UU.19 En Toronto, magnates y poderosos de Canadá, se auto flagelan imaginando que desaparecerán como identidad nacional para transformarse en el estado 51° de los EE. UU. Son las consecuencias de restricciones raciales o familiares, ya vistas en la historia de los egipcios, en el control de sangre y pureza familiar, como algunos reyes europeos, o incluso entre los incas. Ahora los sajones del norte cometen el mismo descarrío subordinando sus metas a las pautas de una democracia que ahora los desborda.20
A los argentinos no nos asustan los actuales procesos al norte de México, les llevamos más de un siglo de ventaja. Volvamos a analizar la inmigración en la Argentina desde 1850 a 1950, los millones de inmigrantes de Europa y Asia Menor integrando el país. Se abrieron las puertas de par en par para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino.21 Comprenderemos por qué en 1921 se creyó estar al borde de la pérdida de la identidad nacional, de las tradiciones y costumbres consideradas autóctonas, y de la lengua. Desde entonces se realizaron oficialmente seis grandes encuestas donde los léxicos regionales ocupan un papel principal en la búsqueda.22
Desde el punto de vista académico me permito insistir en el tratamiento de estos temas, respetando siempre el rigor de las coordenadas de tiempo y lugar, como manera de desglobalizar científicamente los problemas y encararlos humana y realmente.
Desde un punto de vista de análisis textual, abogamos por el fortalecimiento de una Filología amerindia dedicada al estudio de los textos coloniales y republicanos en lengua española (u otras lenguas) que importan una profundización en el análisis de las culturas étnicas americanas.
La época presente requiere, como tarea impostergable analizar las situaciones regionales. Si bien el español manifiesta como lengua una fácil adecuación de su estructura para adaptar y adoptar términos nuevos (campo de la tecnología y la informática) lo fundamental es que produce literatura de interés mundial. Estas circunstancias también se dan en Cuyo, con una destacada producción de pensadores, poetas y escritores.
Personalmente nos hemos dedicado a escudriñar el alma de nuestros pueblos, oír y escuchar, registrar y profundizar sus caracteres. La Onomástica ha sido una de las herramientas, sobre todo para acceder a la toponimia regional, que nos ha llevado a las lenguas aborígenes y a problemas muchas veces insolubles, en la esperanza de investigadores más iluminados. Son campos insondables pero apasionantes.
En relación con el léxico, avanzamos en la decodificación de los regionalismos. En la Argentina este aspecto se ha trabajado desde el s. xix, abordado con intereses y criterios diversos, no siempre suficientes. Los resultados interesan como esfuerzo antecedente y registro de existencia de formas vivas o caducas.
Por el lado de la Geografía Lingüística, estamos en condiciones de editar el Atlas Lingüístico y Etnográfico del Nuevo Cuyo siguiendo las enseñanzas del maestro Manuel Alvar, a mucha distancia de sus Atlas españoles como de los Atlas hispanoamericanos publicados.23
Frente a la aluvional avalancha de la globalización, parecería que los ciudadanos de los países no centrales, o de segunda, o incluso, de quienes vivimos en regiones subordinadas a los centros culturales, no tenemos otra salvación que aguardar la bondad de alguna mirada que nos refugie y saque de la oscuridad.
No es este mi convencimiento. La globalización económica y técnica no es un proceso natural y para expandirse necesita proyectarse mediante lenguajes neutros, incoloros, anodinos, aplanados para múltiples gustos (de carácter multiuso), con emparejamiento de formas gramaticales y léxicas.24
Tenemos herramientas humanas para sentirnos hombres creativos y enhiestos. La lengua desglobaliza, el respeto por las manifestaciones regionales evita la bolsa generalizadora de la confusión. Atender a los regionalismos es sumarse a una actitud erecta y humana, donde cabe la diferencia, el valor como distinción y la singularidad como tarjeta de presentación. Quien está más altamente preparado para esta tarea es el poeta, el pensador, el estudioso, que mediante una vida interior sin sujeciones se instala en el alma de los problemas humanos, comenzando por los suyos propios y los de su prójimo.25
Escribir con el alma puesta en la hondura del hombre y los pies sobre la tierra es desglobalizar la cultura enlatada. Es propender a la relación única entre el hombre y la divinidad, es enlazar nuestro presente con el futuro de nuestras generaciones, más allá del dominio de potestades pasajeras.
Cuando una lengua tiene un fondo cultural para asumir y entregar, la lengua y la cultura se expanden. Y esa es la amplitud que debemos buscar. Crezca pues, la cultura con los poetas y pensadores, que todos los hombres del mundo que quieran penetrar en sus honduras deberán recurrir a la lengua para desentrañar la profundidad que esa poesía contiene.
Nuestra función académica no es reglar la pureza de la lengua o controlar el buen uso de la gramática. Es de interés nacional reflexionar sobre el valor e importancia de la lengua en los medios de comunicación, y nuestra acción reside en promover las voces regionales de mayor altura.
Sabemos el papel importante de la educación y hemos abogado por el filtrado de los libros de enseñanza enlatados fuera de la región, sin madurar la moderada relación que debe existir entre el contexto regional y el marco nacional e hispanoamericano. De manera que alertamos a la escuela sobre los beneficios de la Ley 1420 con la que los maestros Láinez nivelaron al país hacia arriba, desde de la niñez, con lecturas, memorización de poemas y difusión de costumbres y cualidades nativas. Pero si falla la escuela nacional es, también, por falta de una política lingüística.