El problema de los territorios americanos*Wulf Oesterreicher
Universidad de Múnich (Alemania)

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Si queremos determinar, en el interior de lo que llamamos mundo hispánico, el estatus específico de la lengua española hablada y escrita en México, en Argentina, en el Perú, o en cualquier otra nación hispanohablante, no debemos hacerlo en términos de dependencia, independencia, subordinación, desvío, etc., del español peninsular como muy a menudo ha venido sucediendo.

Para arrojar luz sobre este problema, empecemos por recurrir a una serie de conceptos: el concepto de espacio comunicativo (en alemán Kommunikationsraum)1 permite reconocer la existencia de una multitud de idiomas en contacto con el español, ya sean hispánicos o no (como en el caso de México, de otros países hispanohablantes e, incluso, en el territorio de España). Debe quedar claro que ningún espacio comunicativo en el que funciona el español coincide con lo que denominamos espacio variacional de esta lengua histórica (en alemán Varietätenraum)2 que se estructura por las conocidas tres dimensiones diatópica, diastrática y diafásica. A la hora de hablar del pluricentrismo es preciso determinar primero la distribución y el estatus empírico y teórico de las variedades y formas del español.

Ellos habían conocido también el dilema de ese otro éxodo masivo, el de las grandes olas inmigratorias que llegaron a tierras americanas escapando de guerras carlistas, de las hambrunas y la falta de horizontes culturales, en busca de mejor educación y una vida más saludable. Estos seres desgajados de su tier

El espacio variacional no es estático en la sincronía, sino que en él se da un importante dinamismo interno: así, un elemento dialectal puede funcionar secundariamente como un elemento diastrático y, en una tercera etapa, como un elemento diafásicamente marcado. Del mismo modo un elemento diastráticamente marcado puede funcionar a su vez en la dimensión diafásica. Por ejemplo, una persona instruida puede emplear en un contexto familiar una forma diastráticamente marcada como inculta (por ejemplo: tú cantastes), sin que esta forma pierda con ello su marca original. A esta direccionalidad nos referimos con el término cadena variacional.3

Es preciso constatar que estas diferencias en las tres dimensiones mencionadas se corresponden con sus marcas respectivas —dialectal, regional, etc.; inculto, rústico, plebeyo, popular, vulgar, etc.; coloquial, familiar, esmerado, etc.— en último término, con el llamado continuo concepcional que incluye toda la producción lingüística entre los polos extremos de informalidad o inmediatez comunicativa y de formalidad o distancia comunicativa.4 Estas distinciones son, pues, resultado de la manera en que se configura dentro de una lengua histórica lo que conocemos como oralidad y escrituralidad en el sentido concepcional y que en ningún modo pueden explicarse tomando como base la dicotomía entre lengua hablada y escrita en el sentido medial, es decir, la realización fónica vs. gráfica. Ahora bien, lo que importa para mi argumentación aquí es que una variedad lingüística puede llegar a convertirse en un punto de referencia frente a las demás variedades. Este punto de referencia, que puede considerarse como neutral, es lo que llamamos estándar y, a veces, se trata incluso de una verdadera norma prescriptiva cuya ejemplaridad es reconocida por los hablantes, después de un largo proceso histórico que incluye una labor metalingüística considerable.5 La diferencia del estándar, como variedad, con respecto a las demás normas existentes en el interior de la misma lengua radica precisamente en el hecho de que funciona como punto de referencia para las demás variedades, pues tiene una fuerza ordenadora en el espacio variacional de la lengua histórica. En otras palabras, se constituye en parámetro calificador del estatus de los demás fenómenos lingüísticos, que serán caracterizados como dialectal, rústico, familiar, etc. siempre en función de su relación con el estándar. Sólo a partir de la existencia de una lengua estándar se constituye el espacio variacional de una lengua histórica.6

Antes de aplicar estos conceptos a la historia del español europeo y americano hay que recordar que existen actualmente casi 400 millones de hispanohablantes en el mundo y la relación entre los europeos y los americanos es aproximadamente de 1 a 9. Solo en México hay el doble de hispanohablantes que en España.7

El bien conocido proceso de hispanización en América8 y la actual situación territorial, demoscópica, socio-económica y socio-cultural de los diferentes países hispanoamericanos explican fácilmente la multitud de fenómenos diferenciales en las mencionadas dimensiones de la variación lingüística del español.9 La pregunta por el estándar no debe hacer olvidar que el mundo hispánico se caracteriza por una enorme capacidad de intercomprensión. Es decir, ni el vasto territorio, ni el contacto con los pueblos indígenas que hablan idiomas tipológicamente muy distintos, ni los contrastes económicos, sociales y culturales han dañado la unidad fundamental del español, si bien todos estos factores están en el origen de las fácilmente perceptibles diferencias regionales.

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Creo que con ayuda de los conceptos expuestos espacio comunicativo y espacio variacional, tres dimensiones de la variación con las marcas diasistemáticas, cadena variacional, función del estándar, etc., se pueden describir y comprender de manera distinta los fenómenos y problemas en cuestión superando la vieja discusión sobre la unidad y diversidad del español.

Hay que recordar que el estándar es una norma que prácticamente carece de cualquier marca diatópica y representa una variedad diastrática (social) y diafásica (estilística) que está connotada positivamente. Se trata de una forma de la lengua con mucho prestigio, que combina un máximo de difusión y aceptación entre los hablantes con una innegable estabilidad y uniformidad lingüísticas. Es posible, pues, considerar toda diferencia interna que no corresponda al estándar como diasistemática.10

Ahora bien, en investigaciones lingüísticas sobre el español podemos encontrar con frecuencia un descuido en la conceptualización de lo territorial o regional. Como consecuencia, el concepto de diferencia diatópica se vuelve opaco, vago. Estas ambigüedades llevan a errores descriptivos y contradicciones sobre todo a la hora de estudiar fenómenos con una indiscutible distribución regional, territorial. Así se explica que el español de América aparezca a veces en los manuales de dialectología y sus formas diferenciales se califican simplemente de dialectal, lo que es completamente inaceptable.

Estas soluciones olvidan que ciertos fenómenos fonéticos, morfosintácticos y léxicos representan en América indiscutiblemente un estándar, es decir, que se trata de formas de ninguna manera marcadas como diatópicas y que no deben ser descritas como desviaciones diasistemáticas del estándar peninsular. Estos elementos lingüísticos conforman —ahora podemos afirmarlo claramente— estándares regionales que se definen y se diferencian de lo diatópico —y con esto volvemos a nuestras conceptualizaciones introductorias— por dos características concepcionales:

  1. corresponden, como estándar, en su territorio a la lengua de la distancia, a la escrituralidad, y, por esta razón, no entran en la cadena variacional;
  2. como estándares constituyen obligatoriamente el punto de referencia para todas las variedades y marcas diasistemáticas en la región en cuestión, es decir, también para la variación diatópica del territorio en cuestión.

Hay que destacar el hecho de que en las Américas son —si no tenemos en cuenta el dominio léxico— relativamente pocos los fenómenos diferenciales que conforman un estándar. Sin embargo, una descripción lingüística coherente exige una valoración exacta del estatus de estos fenómenos.

Para dar un sólo ejemplo: Conocido es el fenómeno llamado tratamiento unificado: la oposición existente en el estándar europeo entre las formas del plural vosotros tenéis y ustedes tienen no existe en Hispanoamérica; se emplea una sola forma: ustedes tienen. Esta reducción también se da, sin embargo, en las Islas Canarias y en Andalucía occidental. El fenómeno tiene en una descripción del espacio variacional de España una clara marca diatópica (canario, andaluz occidental). Sin embargo, en América estamos ante un panamericanismo con valor de estándar. Es bien sabido que esta opción americana tiene, incluso, consecuencias importantes en el campo de los posesivos.

El último argumento deja claro que los estándares regionales americanos —en la perspectiva sincrónica— no vienen determinados por la norma prescriptiva europea. Para la competencia lingüística y la conciencia normativa de los hispanohablantes americanos y para la producción lingüístico-discursiva formal, la norma europea no es un verdadero punto de referencia en el uso.11 Si bien estos estándares regionales presentan, por definición, una distribución limitada en el espacio del mundo hispánico, no pueden ser considerados simples variedades diatópicas porque, como hemos dicho, determinan sus propios fenómenos diatópicos.

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Un modelo variacional general y unitario que se oriente exclusivamente hacia el tipo de lenguas llamadas monocéntricas (aquellas que poseen una sola norma prescriptiva bien establecida y codificada históricamente) carece, en principio, de valor explicativo para el español. A la vista de la diferencia fundamental entre estándares regionales y formas diatópicamente marcadas en una lengua, no resulta coherente presentar, sobre todo, en un diccionario o en una gramática un supuesto español general.

El caso del español no es único. Bien conocida es la situación del inglés y en Alemania existen tres estándares que no dificultan de ninguna manera la intercom­prensión. Problemático es el estatus del portugués de Brasil con respecto a la forma europea, y, últimamente, algunos lingüistas discuten —horrible dictu— una situación pluricéntrica incluso para el francés… Sin embargo, el pluricentrismo del español es tan complejo y específico, que no cabe esperar mucho de la comparación con los casos mencionados que si bien son similares, no son equivalentes.

Es necesario tener en cuenta que pluricentrismo casi nunca significa igualdad. Me parece poco probable que haya casos de un pluricentrismo absolutamente simétrico, puesto que es siempre producto de procesos históricos muy complejos. La coexistencia de varios centros suele implicar conflictos. Desde hace mucho tiempo, la socio­lingüística aportó información valiosa para poder responder a la pregunta ¿Quién es dueño de la lengua? (Who owns the language?).12 El prestigio histórico, el número de habitantes, el poder económico y político, la importancia socio-cultural, los centros administrativos y culturales, en especial el grado de elaboración lingüístico-discursiva y la existencia de un corpus de textos con función codificadora (gramáticas, diccionarios, etc.) son los criterios que permiten la jerarquización y la especificación de cada estándar.

Por estas razones, es importante para la lingüística reconocer de antemano que los hablantes de una lengua pluricéntrica, por definición, no tienen conciencia precisa de la situación lingüística general y de los fenómenos que corresponden a los aspectos aludidos, es decir, de la lengua histórica en su totalidad; además, su percepción de la realidad lingüística está condicionada inevitablemente por el propio uso y por interpretaciones y decisiones, a veces claramente ideológicas.

Los lingüistas tampoco se ven libres de ciertos condicionamientos: por un lado están los defensores a ultranza de la norma castellana, que conceden a las variedades americanas —lo hemos visto— sólo el estatus de variaciones dialectales. Otros representan posiciones ambiguas con respecto al problema de los estándares americanos. Finalmente, no faltan reivindicadores de un español no-europeo, pero están en cierto modo intimidados por una norma prescriptiva de gran tradición y por el prestigio histórico del español europeo.13

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No me parece exagerado postular la existencia en Hispanoamérica de, al menos, tres estándares regionales de alcance supranacional, cuya importancia se va conso­lidando lentamente: Son los estándares de México,14 de Buenos Aires15 y un español de los países andinos.16 Para el Caribe, el norte de América del Sur y Chile no me atrevería a afirmar lo mismo.17 Especialmente problemático resulta el estatus del español en los Estados Unidos.18

Este proceso de superación del eurocentrismo, que va más allá de fronteras nacionales de los países americanos, debe ser concebido radicalmente en su dimensión socio-cultural, ya que sus fundamentos son socio-económicos, político-sociales y demoscópicos. Esto significa: a la pregunta por el futuro de la cultura lingüística pluricéntrica en América no se puede responder exclusivamente con argumentos lingüísticos, hay que tener en cuenta la creación cultural y la formación de una conciencia lingüística. No deben desatenderse, por otro lado, los efectos de la afirmación de la identidad nacional, por ejemplo en México, que pueden influir decisivamente en la creación del estándar y en el reconocimiento de una norma prescriptiva propia.

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Sin embargo, con respecto al pluricentrismo del español se puede afirmar con toda tranquilidad lo siguiente: a actuales tendencias unificadoras en los sectores de la literatura y de los medios audio-visuales, favorecidas por las leyes del mercado y cuyos efectos habrán de valorarse en el futuro, se suma la voluntad de asegurar la unidad —no la uniformidad— que comparten casi todos los hispanohablantes. Para el mundo hispánico, en palabras de Cuervo «una de las mayores glorias que ha visto el mundo»,19 no es atrevido, pues, pronosticar una situación pluricéntrica muy estable y relativamente equilibrada.

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Notas

  • * Las páginas que siguen son una versión abreviada de un artículo más extenso publicado en Lexis (Lima) Xxvi, 2002.Volver
  • 1. Cf. Oesterreicher 1990, 121, y 1995; Koch/Oesterreicher 2001, 608. Deberíamos discutir en este contexto también los conceptos bilingualismo y diglosia, cf. Fishman 1967.Volver
  • 2. Cf. Koch/Oesterreicher 1990 y 2001, 605-608.Volver
  • 3. Cf. Koch/Oesterreicher 1990, 14-15, y 2001, 605-606.Volver
  • 4. Cf. Koch/Oesterreicher 1985, 1990, 1994 y 2001; cf. también López Serena 2002.Volver
  • 5. Elementos de este proceso son descritos en las diferentes historias del español; cf. también Cano Aguilar 1988 y 1991; Alvar 1990; Rivarola 2002; contribuciones al problema en Oesterreicher/Stoll/Wesch (eds.) 1998. —Para aspectos generales del problema véase Koch/Oesterreicher 2001, 610-614.Volver
  • 6. Cf. Coseriu 1981; Koch/Oesterreicher 2001, 610-613.Volver
  • 7. Cf., p. ej., Baratta (ed.) 1999.Volver
  • 8. Cf. en este contexto las diversas historias del español; además, Konetzke 1965; Beyhaut 1965; Alvar 1986; Rivarola 1990, 2001 y 2002; Lüdtke 1990 y 1998; Granda 1994; Frago Gracia 1994a, 1994b y 1999.Volver
  • 9. Cf. los numerosos libros sobre el español de América que dan una primera información: Lope Blanch 1968; Malmberg 1970; Guitarte 1983; Kubarth 1987; Moreno de Alba 1988; Fontanella de Weinberg 1992; Hernández Alonso (ed.) 1992; Lipski 1994; López Morales 1998; Obediente Sosa 2000; Noll 2001; cf., sobre todo, Rivarola 2001.Volver
  • 10. Hay que evitar el término sub-estándar porque no sólo descuida estas diferencias, sino excluye en la oposicón sub-estándar vs. estándar incluso formas lingüísticas que corresponden a un nivel extremo de elaboración diafásica y diastrática; cf. Albrecht 1986/1990; Gleßgen 1996/97.Volver
  • 11. Cf. Gauger 1992; Rivarola 2002; cf. también Lüdtke 1988.Volver
  • 12. Cf. Clyne 1992c, 455; cf. también Joseph 1987.Volver
  • 13. Cf. Oesterreicher 2001a, 301 y 306.Volver
  • 14. Cf. Lara 1988; lamentablemente, nada de esto se encuentra en el artículo «México» de Lope Blanch en Alvar (ed.) 1996, 81-89; cf. también Gleßgen 1996/97.Volver
  • 15. Para materiales cf. Fontanella de Weinberg 1987; cf. también Elizaizín/Behares 1981.Volver
  • 16. Cf. Escobar (ed.) 1972 y 1978; Rivarola 1986; Caravedo 1992 y 1993; también Hildebrandt 1994.Volver
  • 17. Cf. para estas regiones Rabanales 1953 y 1981; Academia Chilena 1978; García González/Perl 1986.Volver
  • 18. Cf. acerca del español en los EE. UU. Amastae/Elías Olivares (eds.) 1982; Elías Olivares (ed.) 1983; Varela Cuéllar 1988.Volver
  • 19. Cuervo 1901: 35.Volver