La lengua castellana se fue formando en un contexto plurilingüístico y pluricultural. En su entorno se hablaban el vascuence, lo que quedaba de algunos dialectos germánicos, el árabe y, en formación, el galaico-portugués, el aragonés, el catalán y el valenciano.
Al pasar el castellano a fines del siglo xv al Nuevo Mundo y difundirse allí en las centurias siguientes, ello ocurrió también en contextos de pluralidad lingüística y cultural. En el gran continente se hablaban desde hacía mucho tiempo centenares de lenguas y existían múltiples culturas. En la época prehispánica había habido no pocos enfrentamientos entre los pueblos amerindios que en ocasiones resultaron en la absorción de unos por otros con detrimento de las lenguas y culturas de los vencidos.
Más tarde, con la llegada de los conquistadores españoles y el duro sometimiento de los indios, se desquiciaron sus formas de vida y antiguas creencias. Prevaleció asimismo una ambivalencia respecto de las lenguas indígenas. Se llegó a ordenar se difundiera el español con argumentos como el que en los idiomas indígenas no se podían expresar los dogmas cristianos. Además, en muchos casos, la introducción de enfermedades antes desconocidas para los indígenas, así como los trabajos a que fueron sometidos en las encomiendas, corregimientos y minas, fueron causa de la extinción de pueblos con sus correspondientes lenguas.
En contraparte, hubo sobre todo frailes misioneros que se interesaron en el estudio de los idiomas amerindios. Se produjo así un proceso único en la historia universal. Fue entonces cuando —principalmente por motivaciones religiosas— nació una nueva forma de lingüística, calificada por algunos como misional. Sus frutos incluyen la elaboración de centenares de «artes» o gramáticas y vocabularios. En no pocas de esas obras sus autores, con espontánea perspicacia lingüística, captaron y describieron atributos fonéticos, morfológicos y estructurales antes no conocidos por ellos. El análisis y registro de esos atributos vino a enriquecer la teoría lingüística universal. De este modo las lenguas amerindias, además de enriquecer el léxico del español con numerosos vocablos, han aportado elementos en alto grado significativas para la comprensión del lenguaje humano.
En la actualidad la lengua, que hoy recibe el nombre de española, continúa conviviendo con otras, tanto en la península Ibérica como en Hispanoamérica. En ésta, después de cinco siglos, perduran varios centenares de idiomas amerindios, algunos de ellos, como el quechua y el náhuatl, hablados por millones de personas. Dato muy importante es que el español convive ahora también ahora con hablantes de inglés en los Estados Unidos. Allí, cerca de 40 millones de hispanos mantienen viva su lengua materna.
Desde otro punto de vista, hay que reconocer que los cerca de 400 millones de personas que tenemos como materno al español, experimentamos el desarrollo de un proceso de globalización rampante derivado principalmente de la lengua y cultura angloamericanas. En este contexto, importa plantearse una serie de preguntas:
Más que pretender dar una respuesta, quiero desmenuzar, por así decirlo, lo que implica la pregunta. Enumeraré algo de lo que ella me parece implicar:
El planteamiento de estas preguntas, como es obvio, se dirige a provocar la reflexión y la enunciación de propuestas específicas por parte de los participantes en el panel que tiene como tema «el español y las lenguas indígenas».