Henrike Knörr

El vascuence o euskara: perspectiva histórica y panorama actualHenrike Knörr
Vicepresidente de la Real Academia de la Lengua Vasca (España)

1. Nombres de la lengua

Llamamos vascuence, euskara, euskera, lengua vasca o vasco al idioma hablado en las provincias españolas de Álava, Vizcaya, Guipúzcoa y Navarra, en la parte española, y Laburdi, Baja Navarra y Zuberoa, en la francesa. Además, la lengua es hablada en algún punto fuera de esos límites, como en Eskiula (Béarn), y en un grado u otro, por una numerosa diáspora, en España y Francia, y en el continente americano, donde hay vascófonos sobre todo en el Oeste de los Estados Unidos y países como Argentina, Venezuela y Chile, siendo muy difícil el cómputo de hablantes.

Aunque las cifras totales varían de unas estimaciones a otras, no es aventurado suponer unas 750 000 personas, con un reparto muy desigual dentro de la propia Vasconia: desde casi el 50 % de vascófonos en Guipúzcoa hasta el 10 % en Navarra. El lamentable declive de la lengua parece haber sido contenido en la Vasconia cispirenaica durante los últimos años, con un notable el crecimiento, sobre todo entre los niños y jóvenes. Entretanto, la situación es negra por lo que se refiere a Francia. Hay que deplorar igualmente una política muy restrictiva del Gobierno de Navarra desde 1998, con grave quebranto de los avances del euskara en la enseñanza, la Administración y los medios de comunicación. Debemos señalar asimismo que en el conjunto de Vasconia es muy reducido el número de monolingües vascófonos, en torno al 0,5 % (que, como es natural, pertenecen principalmente a los dos segmentos extremos de edad).

El primer nombre citado, vascuence, es un sustantivo derivado de un adverbio latino, uasconice, ‘a la manera de los vascones’. Ha convivido con una forma apocopada, empleada en Navarra y a punto de extinguirse, vascuenz. Por esos vaivenes de la vida, vascuence, que hace años parecía una antigualla, vuelve a sonar cada vez más. A su lado, sin embargo, es más frecuente el nombre euskara, y su forma moderna occidental, euskera, que con esa grafía o con qu, eusquera, figura en el Diccionario de la Real Academia Española. No me extenderé aquí en otros nombres fenecidos, como lengua vascongada, lengua vizcaina o lengua vulgar (la documentación en castellano recoge con muchísima frecuencia esta última expresión, habitualmente sin matiz peyorativo).

Es sabido que la lengua vasca ha dado nombre al País: Euskal Herria, literalmente ‘el país del euskara’ (euskal es la forma de composición de euskara).

Ciertamente, este nombre, que hacía justicia a una realidad en tiempos dominante, no puede ocultar que han existido y existen otras lenguas en el territorio mencionado, como veremos enseguida.

Anotemos igualmente que la lengua ha dado nombre antonomásico al habitante: euskaldun, literalmente ‘el que tiene la lengua vasca’.

2. El euskara y las otras lenguas en Vasconia

En efecto, no ha sido ni es el euskara la única lengua hablada de nuestro país. Entre las lenguas desaparecidas, están el celtibérico, quizá el ibérico, el latín, el hebreo, el árabe y el romance navarro-aragonés. Y entre las lenguas vivas, tenemos el occitano (en su variedad gascona), el castellano y el francés. El occitano ha retrocedido dramáticamente, en beneficio del francés, mayoritario hoy en las provincias citrapirenaicas, incluso respecto al euskara. El castellano es igualmente mayoritario en la Vasconia cispirenaica, habiendo sido, con el navarro-aragonés y el gascón, primigenio en extensas zonas, es decir, que muy probablemente en ellas se pasó directamente del latín al romance.

Algunas lenguas desaparecidas han dejado restos, en un grado u otro. Pensemos en nombres de lugar como los celtas Deba o Ultzama; el topónimo probablemente de origen árabe Tafalla; los nombres de Cadreita y Fitero, sin duda del navarro-aragonés (compárense los correspondientes castellanos Cadrecha, Hitero), y los topónimos occitanos Apumayou  (Bayona, ‘puente mayor’), Urgull (en San Sebastián, probablemente ‘Hércules’) o Camflorit (en Estella). Por lo que toca al latín, es bien sabido el enorme peso en nuestro vocabulario, con decenas y decenas de préstamos, y también en nombres de lugar, como Girku, despoblado en Álava (< lat. circum), o Mereludi  (< feniculus, ‘hinojo’, más el sufijo locativo vasco -di, cf. paralelos romances como Hinojal).1

3. Origen

El vascuence es una lengua no indoeuropea, cuyo origen y posible parentesco siguen siendo un misterio, a pesar de las investigaciones llevadas a cabo y la multitud de teorías expresadas (no pocas producto de aficionados y desaprensivos).2 A lo largo de los siglos ha ido reflejando las influencias de diversas lenguas, lo que contradice el arraigado prejuicio doméstico y exterior sobre el aislamiento vasco.

La más antigua de las teorías es la que relaciona el euskara con el ibérico, hasta identificarlas (vasco-iberismo). Hoy nos consta que euskara e ibérico son dos lenguas diferentes, aunque la vecindad y el alto grado de civilización de los iberos dejaron su huella en la nuestra, por ejemplo, ibérico ili > en euskara hiri, ‘poblado, ciudad’.  

Indudablemente la teoría que ha provocado mayor cantidad de publicaciones ha sido la vasco-caucásica, buscando ese parentesco con alguna de las lenguas de aquella región, y especialmente con el georgiano. Este intento, iniciado hace un siglo y en parte causado por la creencia popular de los georgianos, que ven en los vascos sus hermanos de Occidente, no ha conducido a prueba concluyente alguna y aproximadamente desde 1965 ha perdido la mayoría de las adhesiones.

En los últimos años, algunos investigadores han incluido el euskara en una gran familia llamada dene-caucásica, que comprendería lenguas de Turquía, Asia oriental, Siberia, Canadá y el suroeste de los Estados Unidos, pero las pruebas aportadas hasta ahora no tienen ningún valor, cuando no resultan sencillamente ridículas (por ejemplo, cuando se echa mano de conocidos préstamos latinos o románicos). No parece que tenga mayor aceptación la reciente propuesta de Theo Vennemann, identificando al euskara como la primitiva lengua de Europa con argumentos basados en la hidronimia.

4. Extensión y testimonios antiguos

En tiempos pasados el euskara ha tenido una extensión mucho mayor que la actual, pues se hablaba en zonas centrales y meridionales de Álava y Navarra correspondientes a la vertiente mediterránea, Alta Rioja y zona de la Sierra de la Demanda (Ezcaray, Ollauri, Pradoluengo, Fresneda, etc.). Se ha discutido mucho acerca de la cronología de la presencia euskara en estas comarcas riojanas. La atribución a colonizadores alaveses casa muy bien con el carácter claramente occidental, no navarro, del euskara de la mayoría de los topónimos y asimismo de los antropónimos. Veamos sólo unos ejemplos: Cihuri, de zubi, ‘puente’, y (h)uri, ‘población’; Padregutia (Valgañón), «vega pequeña», de padura, ‘vega’, y guti, ‘pequeño’; Balza (S. Miguel de Pedroso), del euskera occidental baltz, ‘negro’;  Amuna, nombre de mujer, < amona, ‘abuela’. Numerosas palabras del léxico que han llegado hasta nosotros son claros vasquismos: arlote, cenzaya, chabisque, cil, ciquiñar, zaborra; se pueden consultar en los diccionarios dialectales. Además de los trabajos clásicos de Rittwagen y Merino Urrutia, pueden verse trabajos recientes como los de Gómez Villar y González Bachiller, más el de Knörr (Knörr en prensa 2).

Ciertamente no se puede excluir la posibilidad de la existencia del euskara al Sur del Ebro en la Antigüedad, pero por el momento es mejor abstenerse da dar un juicio. En cambio, es conocida la emigración vascófona a Tudela y el resto de la Ribera navarra desde el siglo xv; trabajos como los de Sainz Pezonaga3 ofrecen una visión novedosa acerca de este asunto

En el siglo xix Achille Luchaire (Luchaire 1879 / 1973) identificó la lengua de la Aquitania de la época romana con el euskara, o al menos con un idioma vascoide. Los estudios posteriores, principalmente de Luis Michelena (ver en especial Michelena 1954) y Joaquín Gorrochategui (entre otros trabajos Gorrochategui 1985), no han hecho más que confirmar la opinión de Luchaire. Pensemos en nombres propios que figuran en esas inscripciones, como Cison, Sembe (cf. vasco actual gizon, ‘hombre’, y seme, ‘hijo’). Según una idea generalmente aceptada, el nombre de la tribu de los Ausci  (reflejado en el de la ciudad de Auch)  puede ser relacionado con euskara. De época romana es asimismo una lápida de Lerga (Navarra), donde figura el antropónimo Vmmesahar (cf. ume, ‘criatura’, zahar, ‘viejo’). Además, en los últimos años se han descubierto nombres, igualmente de esa época, que diríamos de aspecto aquitano, también en el Sureste de la actual provincia de La Rioja y en la llamada Rioja soriana, como Agirsar (< agir?, cf. agiri, ‘claro, manifiesto’) u Onso (acaso relacionado con on, ‘bueno’ (Espinosa y Usero 1988, y Espinosa 1992; Martínez 1998).

Todo el mundo acepta la pervivencia del euskera en los altos valles pirenaicos de ambas vertientes, sobre todo aragoneses y catalanes, por más que éste sea un terreno difícil para identificaciones con topónimos vascos actuales o con elementos del léxico actual. La obra de Coromines (sobre todo Coromines 1965-1970), con sus aciertos y errores, es el intento más ambicioso en este camino. Y, en esta breve relación, hay que tener muy presente la meritoria labor de Alfonso Irigoyen, sobre las huellas vascas a ambos lados del Pirineo (Irigoyen 1986).

En cambio, el corte parece claro al Oeste (actuales provincias de Cantabria y Burgos), donde la presencia de nuestro idioma es mucho menor, aunque nada despreciable (ver Knörr, en prensa 1).

La documentación de que disponemos sobre el euskara antiguo no es abundante y empieza muy tarde. Debemos conformarnos con los citados nombres propios de la época romana. Si pasamos a le Edad Media, las primeras frases vascas de alguna extensión (siendo muy breves) figuran en las famosas Glosas de San Millán (Alta Rioja, siglo X): Icioqui dugu, y guec ajutu ez dugu. Lamentablemente, siguen siendo enigmáticas, sin que entendamos con seguridad otra cosa que dugu (‘hemos’ o ‘tenemos’), ez (‘no’) y guec (‘nosotros’); es claro que nada tienen que ver con el texto adjunto.

5. Los dialectos vascos

Es indudable la unidad profunda de la lengua vasca, señalada por los especialistas (al menos los especialistas sin prejuicios).4 Pero, como la inmensa mayoría de las lenguas que conocemos, el euskara tiene dialectos. Hasta hace pocos años se ha venido siguiendo la clasificación dialectal del príncipe Louis-Lucien Bonaparte (1813-1891), primo del emperador Napoleón III. Distinguía ocho dialectos: vizcaíno, guipuzcoano, altonavarro meridional, altonavarro septentrional, labortano, bajonavarro occidental, bajonavarro oriental y suletino, incluyendo en este último el roncalés, que se hablaba en el extremo nordoriental de Navarra. Recientemente (1998), Koldo Zuazo, con sólidos argumentos, ha propuesto una nueva clasificación, a saber: occidental, central, navarro, navarro oriental, navarro-labortano y suletino.

Estos dialectos en modo alguno coinciden con los límites administrativos. Si tomamos la clasificación de Bonaparte, por ejemplo, el llamado vizcaino se adentra en la Guipúzcoa occidental, mientras que hablas navarras penetran en buena parte de la Guipúzcoa nororiental, y Bonaparte, en sus últimos años, consideró que en Baztan (Navarra) se hablaba labortano.

Resulta asimismo evidente la dirección Norte-Sur, o más exactamente Noroeste-Sureste, de los dialectos, lo que viene a desmentir el pretendido corrimiento hacia el Oeste, argumento esgrimido para explicar el misterioso nombre de vascongado (< uasconicatus?), ‘vascófono’ en su significado tardicional.

¿Es fácil o difícil la comprensión entre habitantes de diversas zonas? La respuesta no puede ser categórica. Es evidente que dos vascohablantes se entienden con más facilidad cuanto menor sea la distancia entre sus lugares de nacimiento o residencia. Y, como en cualquier otra lengua, la escuela tiene un papel esencial para mejorar la intercomprensión y capacitar en una modalidad común.

6. Un poco de historia de la lengua

El primer libro vasco conservado se publicó en 1545 (con una probable edición tres o cuatro años antes) en Burdeos: Lingua Vasconum primitiae («Primicias de las lengua de los vascos»), una excelente colección de poesías, amatorias en su mayor parte, del cura bajonavarro Bernat Etxepare. Unos años después (1571) apareció la excelente traducción del Nuevo Testamento, más otros textos religiosos, del pastor protestante Joanes Leizarraga. Era el principio de cierto florecimiento de la literatura en el País Vasco Norte, que llegaría a su culminación con una obra de ascética publicada en 1643: Gero (‘Después’), de Pedro de Axular, sacerdote católico nacido en Urdazubi (Navarra) y párroco de Sara (Laburdi).

Se debe al jesuita guipuzcoano Manuel de Larramendi (1691-1766) el mérito de haber despertado en sus contemporáneos el interés por la lengua vasca. Él mismo escribió poco en euskara, pero es autor de una gramática y un diccionario. Sin embargo, el idioma siguió retrocediendo en el Sur, falto de apoyo por las capas dirigentes de la sociedad y sin una universidad pública, que por culpas ajenas, pero también propias, el país no tuvo hasta 1977, si exceptuamos la breve Universidad de Bilbao (1936-1937), suprimida por la victoria franquista.

Las iniciativas culturales se multiplicaron en todo el país a partir del último cuarto del siglo xix. Podemos destacar sobre todo la Revista internacional de estudios vascos, fundada por Julio de Urquijo (1907), la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza (1918) y la Academia de la Lengua Vasca-Euskaltzaindia (de 1918 igualmente). Las tres entidades, como otras muchas, sufrieron las consecuencias de la guerra civil: la revista dejó de publicarse, la Sociedad fue prohibida, y la Academia vivió durante muchos años una existencia casi catacumbaria.

Es muy importante el aumento del cultivo literario desde principios del siglo xx, aunque en el Sur le perjudicó el purismo exagerado de Sabino Arana y sus seguidores. La lengua, perseguida por el franquismo (a pesar de lo que digan los negacionistas),  no volvió a encontrar su lugar en la escuela hasta la década de los sesenta. La aprobación de los Estatutos de Autonomía del País Vasco (1979) y de Navarra (1982) propiciaron las leyes de cooficialidad (1982 y 1986, respectivamente), si bien la de Navarra, en el texto y en la práctica, ha puesto obstáculos a un desarrollo esperanzador. En el País Vasco Norte la lengua sigue lamentablemente sin consideración oficial, fuera de algunas iniciativas en la escuela pública y en numerosos ayuntamientos. El fomento del euskara al amparo de la nueva situación legal se refleja en las cifras, moderadamente optimistas, sobre conocimiento y uso, en las cuatro provincias del Sur, mientras que hasta ahora no ha podido frenarse el retroceso en el Norte.

Por lo que respecta a la imprescindible lengua común para todos los vascos, en la primera mitad del siglo xx se dieron algunas iniciativas, sobre todo el gipuzkera osotua (‘guipuzcoano completado’), de Resurrección M.ª Azkue (1864-1951), primer presidente de la Academia de la Lengua Vasca. Esa preocupación, expresada nuevamente por los escritores a partir de 1950, y agudizada por la paulatina pero incesante entrada del idioma en la enseñanza y en la prensa hablada y escrita, hizo que la Academia convocara un congreso en Arantzazu (Guipúzcoa) en 1968, conmemorando los cincuenta años de la institución. La ponencia principal fue encomendada a Luis Michelena (1915-1987), el más destacado vascólogo y él mismo excelente escritor. El resultado fue el llamado euskara batua («euskara unificado»), un modelo basado en la tradición literaria central (guipuzcoano-navarro-labortana), cuyo éxito está a la vista.

Como cabía esperar, la utilización del idioma en prácticamente todos los ámbitos la está convirtiendo en herramienta apropiada, en un grado apenas imaginable treinta años atrás. Es de desear, no obstante, que esta mayor utilización se realice sin perjuicio del espíritu de la lengua. Además, para seguir avanzando, el euskara ha de liberarse de la excesiva presión política de unos y otros, y contar con unos hablantes desprovistos del arraigado complejo según el cual sólo el castellano y el francés son lenguas serias, y menos inclinados a la pereza y la hipocresía, vicios igualmente muy extendidos entre nosotros.

En los últimos decenios, el plantel de escritores ha ido aumentando notablemente, con obras de gran interés, equiparables a las de otras literaturas. A la generación anterior —Mirande, Aresti, Etxaide, Txillardegi, Lete, etc.—, al mismo tiempo continuadora y renovadora, han sucedido creadores más jóvenes, entre los que sobresale Bernardo Atxaga, desde luego, y con figuras como Urretabizkaia, Saizarbitoria, Lertxundi o Izagirre.

7. Dos notas finales sobre el idioma

La lengua vasca presenta una sola «declinación» a base de sufijos, en muchos casos acumulables, como puede verse en este ejemplo:

lagun, ‘compañero’
lagun-a, ‘el compañero’
lagu-a-ren, ‘del compañero’
lagun-a-re-kin, ‘con el compañero’

El euskara no tiene género gramatical, salvo unas pequeñas muestras en préstamos recientes sin relevancia literaria, como el sufijo románico -tero: gezurtero, ‘mentiroso’ / gezurtera, ‘mentirosa’; en los dialectos orientales hay también cierta presencia del sufijo -sa; Leizarraga (siglo xvi), por ejemplo, escribe discipulussa, fildelsa, pero alhargun, ‘viuda’, no alhargun(t)sa. En cambio, en el verbo, el tratamiento familiar de segunda persona sí tiene esa distinción: ikusi duk, ‘tú (varón) has visto’ / ikusi dun, ‘tú (mujer) has visto’.

El verbo auxiliar, un paradigma fruto de la unión de varias raíces, posee una conjugación pluripersonal, de tal modo que en una forma como (eman) didazu se expresa la idea ‘usted a mí me lo ha (dado)’. Uno de los rasgos más sobresalientes del vascuence es el ergativo: un sufijo -k  se añade al sujeto del verbo transitivo: ni etorri naiz, ‘yo he venido’ (literalmente: ‘yo venido soy’), pero nik ikusi dut, ‘yo he visto’ (literalmente: ‘yo [lo] visto he’. El orden predominante es SOV (sujeto-objeto-verbo), dentro de cierta libertad, sin duda mayor que la de las lenguas vecinas.

Es indudable que también en la estructura de la lengua se registra el eco de soluciones europeas. Baste señalar el paralelismo del ejemplo citado arriba: ikusi duk, ‘has visto’, literalmente ‘visto has’, o las formas de futuro como ikusi-ko duk, ‘verás’, literalmente ‘habrás de ver’, con el sufijo -ko, ‘de’. El mismo eco lo vemos en estructuras sintácticas complejas, ya desde los primeros textos, con proliferación de conjunciones como zeren, ‘puesto que’ (a partir de zer, ‘que’); piénsese igualmente en el empleo de relativos procedentes de interrogativos, como en el proverbio Eguzkiak nora, zapiak hara, ‘Adonde (da) el sol, los trapos allá’. Estas soluciones de zeren, nora, etc. fueron estigmatizadas como extrañas por algunos en la Vasconia cispirenaica desde finales del siglo xix. No necesitamos decirlo, se ha hecho un daño terrible a la lengua prescindiendo de ellas. La prolongada coexistencia con los romances ha dejado profunda huella en la lengua vasca. Abandonando estúpidos purismos, tan nocivos, es preciso discernir entre lo que el euskera ha integrado y aquello que puede no necesitar. Y, por su parte, el euskera ha impregnado, en un grado u otro, los dos romances con que más largo tiempo ha convivido, es decir, el castellano y el occitano gascón, pero también en el francés.

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Notas

  • 1. Una exposición del influjo latino, en Knörr 1995.Volver
  • 2. Un recuento de las teorías más importantes, con un inteligente (y divertido) análisis de la cuestión, puede verse en el libro The history of Basque, de Robert R. Trask.Volver
  • 3. Ver, por ejemplo, la obra citada en la bibliografía.Volver
  • 4. «L’unité primitive des parlers basques ne fait aucun doute. La structure phonétique et morphologique est sensiblement la même partout, et derrière la masse énorme d’emprunts, surtout romans, on entrevoit un vocabulaire assez homogène. Le basque commun —l’origine communne des parlers basques actuels— ne doit pas être très différent de ce que ces parlers sont de nos jours». Hans Vogt, «Le basque et les langues caucasiques», 260. Ver el importante artículo de Luis Michelena, «Lengua común y dialectos vascos».Volver