Distinguidas damas, distinguidos caballeros:
Dentro del marco del tema de la relación que existe entre la tradición cultural y una identidad lingüística en el mundo de habla española, he escogido un aspecto que es muy familiar a todos, ideas que han sido muy trilladas y que muchos de ustedes conocen indudablemente mejor que yo, pero que, con singulares excepciones, muy distantes en el tiempo unas de otras, no forman parte de las discusiones habituales sobre lenguaje o educación o tradición cultural.
Al tratar de algo que está fuera de la corriente general de los temas a que se refieren las personas cultas y las autoridades en general, es siempre conveniente buscar apoyo en autores cuyos pronunciamientos nadie se atrevería a poner en duda. Además, como las ideas y las reflexiones que voy a exponer son muy viejas, aunque muy olvidadas o relegadas, les pido a todos que disculpen si recurro a nombres que representan cumbres indiscutibles en lo que podría llamarse la tradición occidental.
Si pensamos en una identidad lingüística de los pueblos hispanohablantes, o bien, para ser más precisos, de las minorías cultas de los pueblos hispanohablantes, se hace necesario pensar que esa identidad no puede darse a través del conocimiento generalizado de todas las evoluciones que ha sufrido nuestra lengua en cada uno de los pueblos que la adoptaron, incluyendo los que la han preservado junto a otra lengua predominante como es el caso de Filipinas y de Estados Unidos. Si ha de haber una identidad lingüística en el sentido de lengua capaz de transmitir la tradición científica, filosófica, religiosa y cultural que la lengua española encierra, es forzoso concebirla en términos de lo que Dante en la segunda parte de De vulgari eloquentia llamaba el stilo nobile, o sea el nivel de coherencia y racionalidad de la lengua en que sean posibles la filosofía, la poesía y la transmisión de conocimientos de toda índole.
Antes de continuar, quiero hacer énfasis en el hecho de que no aspiro a que sean aceptadas por ustedes como ciertas o válidas las ideas mías, las que he tomado de otros, y las reflexiones subsiguientes que me han perseguido, por así decirlo, durante los últimos quince años. Mi aspiración se limita a llamar la atención sobre la relación inextricable que existe entre el desarrollo de la facultad del lenguaje y el acceso a la tradición, o por decirlo en forma más llana, la calidad del habla aprendida y la capacidad de entender y asimilar la tradición.
Basta, por cierto, una mención apenas para que personas tan ilustradas como ustedes vean que, al hablar de tradición, me refiero a la tradición escrita. Lo que es tradición cultural en pintura, escultura, arquitectura y cine es otra faceta de la tradición y no es este el momento de referirme a ella, entre otras cosas, porque el tiempo es tan limitado.
Como bien saben ustedes, la transmisión de un mensaje valiéndose de un idioma presupone un emisor y un receptor. Ahora bien, si el emisor no puede valerse de gestos, de tonos de énfasis, de pausas y demás recursos con que el ser humano cuenta al hablar, y si el emisor es el libro, la tradición escrita, entonces el acceso, la capacidad de asimilación depende del receptor, de que el receptor tenga en sí las herramientas o los instrumentos para descifrar el mensaje, entenderlo y hacerlo suyo.
Cuando el niño o el joven están frente a un libro o frente a un maestro, si es ése el caso, no sólo hay un objeto o una voz que transmiten información sino una mente humana adonde esa información llega por los sentidos de la vista o del oído o de ambos.
Es ya una perogrullada que esa mente receptora es refractaria a toda una serie de mensajes que, por virtud de su estructura, no pasan, o bien, pasan incompletos o deformados. Tengo plena seguridad de que, por lo menos entre las personas que recibieron la educación primaria antes de la preeminencia de la televisión en las sociedades actuales, muchos se habrán encontrado con frecuencia frente al hecho de no haber podido comunicarle un mensaje a otra persona con la más sencilla de las expresiones que no sea una frase hecha y muy manoseada en los medios de comunicación. Tengo igualmente plena seguridad de que ustedes han tenido muchas ocasiones de comparar la diferencia entre el mensaje que emitieron y lo que el receptor entendió.
Si tenemos esto en mente y pasamos a pensar en la vastedad y la complejidad del contenido de la tradición cultural de que es depositaria nuestra lengua, podemos hacernos una idea de las dificultades que pueden presentarse en el acceso a ese contenido y en la capacidad para asimilarlo.
No quiero tomar en cuenta los casos en que al receptor le faltaba información previa para entender el mensaje, como me ocurre a mí mismo cuando mi hija menor me pide que le explique un problema de álgebra o de física ahora cuando tanto la una como la otra son completamente distintas de lo que estudié cuando tenía su edad, o sea hace casi sesenta años.
No se trata de ese tipo de preparación previa, sino de un desarrollo imperfecto o insuficiente de la facultad del lenguaje, en una defectuosa asimilación de lo que Wilhelm von Humboldt llamaba las formas internas y que ahora los lingüistas llaman estructuras formales o estructuras lógicas.
Recuerdo de inmediato que Humboldt describía la transmisión de un mensaje hablado, de una expresión, como un acto de Wiedererzeugung, de volver a construir lo oído o lo leído dentro de la propia mente para entonces extraer de allí el significado. Esto me ha llevado a pensar que si en el niño y en el joven no se ha producido ese proceso de adquisición de las formas internas, de las estructuras lógicas, de las formas racionales del lenguaje, o si se ha producido en forma deficiente o incompleta, su capacidad para entender lo que lee o lo que oye se verá proporcionalmente menoscabada.
Tal vez en alguno de ustedes se produzca una reacción de rechazo de semejantes nociones porque la lingüística actual no ha llegado a ocuparse de lo tocante a la comprensión, a la capacidad de comprender, a la comunicabilidad mediante el lenguaje, sino a todos los demás aspectos. Hoy cualquier libro de lingüística nos enseña en qué consiste el habla, la fonación, la escritura, las diferencias de idioma a idioma. En los años que llevo buscando respuestas a mis preocupaciones en este sentido, sólo en Noam Chomsky he encontrado luces sobre el hecho de que hay períodos cruciales, períodos determinantes, critical periods como los llama en inglés, en que hay una disposición natural en el niño para el desarrollo de la facultad del lenguaje y la adquisición de su idioma o de otra de las llamadas lenguas cultas.
No faltan, por cierto, neurofisiólogos que afirman que el tiempo decisivo de ese desarrollo abarca más o menos de los siete a los catorce años, como si después de esa edad sufriera un menoscabo considerable la maravillosa red de neuronas y sinapsis y demás fenómenos inasibles que tienen que ver con la facultad del lenguaje.
Como estamos en un congreso sobre la lengua española, aprovecho para apoyar mis reflexiones en uno de los más preclaros y profundos estudiosos de la lingüística y de la literatura, crítico y maestro sin par, cuyo nombre basta para revestir de autoridad lo que diga, y me refiero a una pieza no muy conocida porque aparece en su prólogo de la edición española del Cours de Ferdinand de Saussure, que la mayoría de los estudiosos prefiere leer en el original y no en traducciones.
Así, pues, pensando en los incontables esfuerzos que se han dado en el campo de la lingüística y en el enorme progreso que se ha alcanzado en la investigación de la naturaleza del lenguaje y de la forma como funciona, así como del funcionamiento de la propia mente humana en su relación con el lenguaje, recurro ahora al análisis profundamente penetrante de Amado Alonso sobre la dirección que daba Saussure a la lingüística.
Seguramente, mejor que todo lo que pueda inferir de ellas y decir aquí, las palabras de Amado Alonso servirán mejor para señalar el cauce que recorren mis preocupaciones, y les pido disculpas por la longitud de la cita porque no se puede eliminar una sola palabra sin afectar su penetrante luminosidad. Cito:
Comprender un poema o una frase coloquial requiere cierto modo de recreación. Supone, por lo pronto, la conciencia de que el hablante no emite meros sonidos sino que en él actúa la “intención” de dar sentido, de hablarle; […] El que escucha no se limita para comprender a registrar pasivamente los elementos idiomáticos que le van llegando y a asociarlos con las ideas correspondientes; el acto de la comprensión supone una conciencia activa, una actitud como de sintonización con la actividad creadora del que habla, una respuesta psíquica adecuada. Este pensamiento unitario particular que yo articulo con los medios de mi idioma para ser transmitido a tu conciencia, provoca tu prurito de aceptación… por su contenido unitario, y a ese contenido es al que el ojo de tu conciencia se va acomodando tácticamente a través del instrumental sintáctico y léxico, como el ojo del cuerpo se va acomodando a los objetos enfocados a través de los lentes auxiliares. Mi articulación te sirve de punto de partida para reconstruir lo unitario y lo particular de mi pensamiento; pero la reconstrucción es tuya: tú eres quien vas reorganizando hacia lo unitario los materiales que linealmente te van llegando. Si el habla es un modo de creación, el comprender es sin escape posible un modo de recreación. El mero asociar no lo explica, porque el pensamiento ahora hablado no estaba previsto (ni ningún otro) en el sistema de signos que es la lengua.
Después pasa Alonso a explicar que:
Si la lengua es un sistema, ¿quién sino el espíritu de los hablantes lo ha hecho sistemático y lo mantiene como tal? Si todo cambio se origina en un hablante individual y se cumple mediante su adopción por la colectividad hablante, ¿cómo podrán los cambios ser ciegos, inconscientes o involuntarios, qué sino la voluntad expresiva, qué sino la conciencia idiomática, quién sino el espíritu —con iniciativa intencional o por abandono— los ha podido iniciar, empujar y cumplir? Si la “lengua” como sistema sólo se pone a funcionar cuando el “habla” con su plus de dar sentido es el motor, ¿quién sino el espíritu del hablante es ese motor, quién sino el espíritu del oyente reconstruye el sentido concreto que con ayuda del sistema se expresa?.
Volvamos un instante a ese adverbio tan decidor en semejante contexto, a su advertencia certera cuando dice: «tú eres quien vas reorganizando hacia lo unitario los materiales que linealmente te van llegando».
¿Qué hace allí ese adverbio linealmente? Como recordarán ustedes, las investigaciones de la neurofisiología aplicadas al lenguaje han establecido que el lenguaje reside en el hemisferio izquierdo del cerebro (el derecho en los zurdos), principalmente en el área llamada de Broca, que percibe y asimila en forma lineal, en tanto que el otro hemisferio, que es donde reside la memoria gráfica, percibe y asimila en bloques.
Joseph Weizenbaum, del Instituto de Tecnología de Massachusetts, o MIT, en su imperecedera obra Computer power and human reason nos recuerda que el cerebro humano tiene dos hemisferios, el izquierdo y el derecho, que el izquierdo funciona «por así decirlo, de un modo ordenado, en secuencia, y podría decirse, lógico», en tanto que el derecho funciona en forma de imágenes holísticas, o sea en forma de bloques, y nos recuerda además que el hemisferio derecho tiene que ver con la orientación en el espacio y la música, y que es el lugar donde reside la memoria gráfica, por su particular capacidad para la captación holística.
Pregunto ahora ¿no afecta al desarrollo de la facultad del lenguaje en el niño el hecho de que pase horas sin cuento frente a la pantalla del televisor o de la computadora percibiéndolo todo en imágenes o mezclado con imágenes? ¿No lo afecta también el hecho de que, en tantos países nuestros, hayan eliminado los cursos de análisis gramatical, de dictado, de composición, de lectura en grupo, de conversación, al punto de que, en muchísimos casos, el estudiante en los últimos años de bachillerato o incluso el graduado de universidad no sean capaces de expresarse con verdadera coherencia ni puedan transcribir en sus propias palabras ningún texto serio de más de tres líneas?
Ahora bien, ¿cómo puede haber transmisión de la tradición cultural en esas circunstancias? ¿Cómo pueden siquiera sobrevivir las partes más importantes de esa tradición o siquiera las que dotan al individuo de suficiente capacidad de razonar como para aceptar las convenciones y las limitaciones de una sociedad ordenada?
Hay otra autoridad que quisiera traer a colación, por lo querida que es a los ojos de los más poderosos en la actualidad, de los gobiernos cuyas políticas han sido moldeadas, desde hace tiempo, a la luz de esa obra deslumbrante que es el Leviatán de Thomas Hobbes, porque la falta de desarrollo de la facultad del lenguaje despoja al ser humano de la posibilidad de llegar a ser racional. Pero recordemos antes que Martin Heidegger decía que «el hombre habló primero y después pensó, y no al revés», y que «el hombre es hombre porque le ha sido dada la promesa del lenguaje». No porque le había sido dado el lenguaje, sino la promesa del lenguaje.
En el capítulo 4 del Leviatán, Hobbes se refiere a la palabra escrita calificándola como «un invento productivo para la continuación del recuerdo de los tiempos pasados, y la conjunción de la humanidad, dispersa en tantas y tan distantes regiones de la tierra», para después pasar a decir que «el invento más noble y más productivo de todos fue el del habla, que consiste en nombres y apelativos y sus conexiones, mediante lo cual los hombres registran sus pensamientos, los recuerdan cuando ya están en el pasado, y también se los dicen los unos a los otros para provecho mutuo y para conversar; sin lo cual no hubiera habido entre los hombres más comunidad ni más sociedad ni más contrato ni más paz que la que podría darse entre leones, osos y lobos».
Volviendo a Amado Alonso, y a la tradición de predominio de la razón sobre el uso, desde Erasmo hasta Luis Vives y el Brocense, desde Humboldt hasta Chomsky, quiero compartir con ustedes la profunda preocupación que me hace sentir el hecho de que la escuela en muchos países grandes y pequeños esté descuidando precisamente los cursos indispensables para dar a los niños y a los jóvenes un ambiente propicio para el desarrollo de la facultad del lenguaje y para la adquisición del propio idioma en el sentido en que lo quería Dante, lo más cerca posible de lo que llamó el stilo nobile, con las formas internas, con las estructuras lógicas, con la expresión racional, porque sin eso no hay cabida para hablar de tradición cultural.
En cuanto a quienes piensan que eso no importa, que la humanidad siempre saldrá adelante, quisiera hacer, ya para terminar, una última cita, que no es de un literato ni de un lingüista ni de un neurofisiólogo ni de un educador, sino del cerebro científico más importante del siglo xx. En su autobigrafía, Albert Einstein escribió lo siguiente:
Alguien que sólo lea periódicos y a lo sumo libros de autores contemporáneos se me parece a una persona miope que se niega a usar anteojos. Es completamente dependiente de los prejuicios y las modas de su tiempo, puesto que nunca llega ni a ver ni a oír otra cosa… Lo que una persona piensa por su propia cuenta sin el estímulo de los pensamientos y las experiencias de otros es, en el mejor de los casos, más bien insignificante y monótono… En un siglo se dan apenas unos pocos seres ilustrados, con mente lúcida y estilo y buen gusto. Lo que se ha preservado de su obra forma parte de las más valiosas posesiones de la humanidad. A unos pocos escritores de la Antigüedad les debemos el que en la Edad Media la gente pudiera llegar lentamente a zafarse de la superstición y la ignorancia que habían oscurecido la vida por más de medio milenio.
La segunda dice así:
Enseñarle a un hombre una especialidad no basta. Por medio de ella puede llegar a convertirse en una especie de máquina útil pero no una personalidad desarrollada armónicamente. Es esencial que el estudiante adquiera una comprensión de los valores y un sentimiento vivo frente a ellos. Tiene que adquirir un sentido vívido de lo bello y de lo moralmente bueno. De no ser así, con sus conocimientos especializados se parecerá más a un perro bien entrenado que a una persona desarrollada armónicamente.
Y luego añade:
Poner demasiado énfasis en el sistema competitivo y en la especialización prematura, en aras de lograr la utilidad inmediata, mata el espíritu de que depende toda vida cultural incluyendo los conocimientos especializados.
Dudo que haya una forma mejor de expresar la importancia que tiene la tradición cultural, destacando el papel vital que debe desempeñar en una sociedad el que los niños y los jóvenes lleguen a tener un grado aceptable de conocimiento de nuestra lengua para poder asimilar la riqueza que reposa en el español escrito y poder lograr que se cumpla en ellos la «promesa del lenguaje».
Muchas gracias.