Los movimientos migratorios de nuestra subespecie, el Homo sapiens sapiens, desde su aparición hace algo más de 100 000 años (Cavalli-Sforza, Menozzi y Piazza, 1996: 62) en África Meridional y Oriental, han contribuido decisivamente y, probablemente, más que ningún otro factor a la configuración que, en materia de lenguas y culturas, presenta el mundo actual.
La diversificación que ha generado las más de 6000 lenguas que se hablan actualmente (Grimes 1988: VII) a partir de la de única que habrían hablado los primeros antepasados de todos los humanos se debe a situaciones de interrupción de la comunicación que llevaron una y otra vez a que de una misma lengua se originaran, por medio de cambios no compartidos, lenguas diferentes. Una de las principales causas de interrupción de la comunicación fueron, obviamente, las migraciones que, en innumerables ocasiones, determinaron que dos o más grupos de hablantes de una misma lengua terminaran viviendo alejados los unos de los otros. Hay que señalar que en el mundo actual, con medios de comunicación que vencen todas las distancias, resulta sumamente difícil, si no imposible, que se vuelva a dar el caso de que una lengua se divida.
Por otra parte, las migraciones han tenido en muchos casos el efecto contrario: han significado la desaparición de una o varias lenguas al imponerse la de quienes inmigran a los habitantes originales del territorio, como sucedió, por ejemplo, en el caso del latín y la mayor parte de las lenguas indígenas de España, o viceversa, como en el caso de la absorción lingüística de visigodos, suevos y vándalos por los hispanorromanos.
Las migraciones, finalmente, son también una de las principales causas del fenómeno de contacto y la interferencia entre lenguas y, en consecuencia, de uno de los mecanismos fundamentales del cambio lingüístico: el préstamo. La presencia en una lengua de elementos de sustrato y superestrato, como en castellano los provenientes de las lenguas ibéricas por una parte y los de origen visigótico y árabe por otra, se deben siempre a migraciones.
Las migraciones son, de acuerdo con todo lo anterior, uno de los factores extralingüísticos de mayor importancia en los procesos de evolución lingüística, pero sus efectos concretos son distintos en cada caso y pueden ser incluso opuestos.
Por supuesto, las migraciones no solo pueden tener consecuencias decisivas en lo relativo a las lenguas, que constituyen uno de los elementos más importantes de la identidad cultural, sino en todos los aspectos de esta.
La historia lingüística de Costa Rica constituye un buen ejemplo de lo anteriormente señalado.
Hasta el siglo viii d. C. en Costa Rica parecen haberse hablado únicamente lenguas chibchenses. Probablemente para esa época existían las siguientes: el rama y el guatuso o malecu en la zona norte; el huetar —que para la épocas de la llegada de los españoles funcionaba como lingua franca— en la porción central del país, desde la costa del Pacífico pasando por el Valle Central hasta las llanuras de Siquirres en la vertiente atlántica; el boruca en la vertiente pacífica del sur; el cabécar en la costa atlántica central, en el Valle de La Estrella y la parte occidental del Valle de Talamanca y porciones adyacentes de la Cordillera de Talamanca, y el bribri en la parte oriental del Valle de Talamanca y montañas colindantes. Dada la gran profundidad de las separaciones temporales que hay entre algunas de estas lenguas, todo hace pensar que el establecimiento de los pueblos chibchenses en Costa Rica tiene que haber sido muy antiguo, remontándose, por lo menos, a 6000 años antes del presente. En aquella época, todo el territorio del país pertenecía al área cultural y lingüística que se ha denominado Baja Centroamérica.
Durante el siglo ix, hablantes del chorotega, una lengua otomanguense, penetraron en la parte noroeste del país y llegaron a dominar territorios a ambos lados del Golfo de Nicoya que, en consecuencia, pasaron a formar parte del Área Mesoamericana.
Con la llegada de los españoles en el siglo xvi, se inició un proceso de establecimiento y expansión del castellano que culminó en el siglo xx, cuando la lengua llegó a extenderse a todos los rincones del país. Desde temprano, se desarrollaron dos variedades: una hablada en las tierras altas centrales y otra en las tierras bajas, sobre todo en la costa del Pacífico tanto central como del noroeste. Estas variedades se diferencian, entre otras cosas, por el grado de influencia del español andaluz, mayor en la segunda. La de las tierras altas, denominada español del Valle Central, es la que se ha extendido más y la que goza de mayor prestigio por haber estado la capital (tanto en la época colonial como después de la independencia) en su territorio.
Con posterioridad a la llegada del castellano, hubo otros movimientos migratorios tanto internos como de procedencia externa.
Hacia 1698, los hablantes del térraba, un dialecto de la lengua naso, emigraron al sudoeste de Costa Rica procedentes del noroeste de Panamá, donde permanecieron los hablantes del otro dialecto, el teribe.
Durante la segunda mitad del siglo xix, sobre todo después de 1870, se establecieron en la costa atlántica hablantes del criollo de base inglesa del Caribe occidental, procedentes sobre todo de Jamaica.
A fines del siglo xix, hablantes de bribri y de cabécar cruzaron la Cordillera de Talamanca y se establecieron en la vertiente pacífica del sudoeste del país.
Finalmente, en la segunda mitad del siglo xx comenzó la inmigración de hablantes de guaimí, que todavía sigue produciéndose, desde Panamá al sudoeste de Costa Rica.
La expansión del español inició también un proceso de reemplazo de las lenguas indígenas. Durante el siglo xviii, el chorotega y el huetar, en cuyos territorios se dio la colonización más intensa, se extinguieron. El rama dejó de hablarse en Costa Rica hacia fines del primer tercio del siglo xx. En el 2003 murió el último hablante fluido de térraba. El boruca está próximo a la extinción, pues al parecer quedan únicamente dos o tres hablantes fluidos y unos 25 semihablantes.
En la actualidad, el español se habla en todo el territorio costarricense. En el norte coexiste con él una única lengua territorial, el guatuso, hablado en tres pequeños poblados del cantón de Guatuso de la provincia de Alajuela.
En la actualidad, los datos disponibles sugieren que los hablantes de castellano constituyen aproximadamente el 98 % de la población del país; los del criollo de base inglesa, conocido como criollo limonense, alrededor de un 1,3 %, y los de las lenguas indígenas (guatuso, bribri, cabécar y guaimí), un 0,7 %.
Los datos mencionados anteriormente hacen referencia solo a los pueblos cuyas lenguas han tenido la condición de territoriales. Es cierto que en el transcurso de la historia de Costa Rica han llegado hablantes de otras. Por ejemplo, entre los españoles venidos desde el comienzo de la conquista han llegado catalanes, gallegos y vascos, muchos de ellos hablantes de las lenguas de sus respectivas regiones. De igual modo, desde la época de la conquista llegaron otros europeos; durante la colonia principalmente portugueses, italianos y franceses y, con posterioridad a la independencia, de estas y otras procedencias, por ejemplo, alemanes, ingleses y judíos del este de Europa, hablantes de yídich. Entre los esclavos negros traídos a partir de la conquista y durante la colonia debe de haber habido hablantes de lenguas africanas. El misquito, lengua indígena de Nicaragua y Honduras, tuvo cierta presencia en Costa Rica desde la época colonial por medio de las incursiones que constantemente realizaban sus hablantes y actualmente hay una cantidad indeterminada de ellos dispersos en diversos lugares del país, sobre todo en la costa atlántica y en San José. A partir de fines del siglo xix han llegado hablantes de lenguas asiáticas como árabes, iraníes, chinos y coreanos. Finalmente, junto con los guaimíes han llegado hablantes de otra lengua del oeste de Panamá, el bocotá o buglere. Sin embargo, ninguna de las lenguas de los inmigrantes mencionados ha llegado a tener la condición de lengua territorial y nunca parece haber habido ni siquiera un barrio en alguna ciudad en que una de ellas fuera un medio habitual de comunicación sola o al lado del castellano.
En los casos de penetración de territorios ya poblados, si no se produce una aniquilación total de los habitantes previos o de quienes migran, las migraciones suelen resultar en algún grado de mezcla entre los que estaban y los que llegan. En el caso de Costa Rica, de acuerdo con los genetistas de poblaciones, los miembros de la etnia mayoritaria del país presentan un mestizaje en que, como promedio general, las contribuciones son las siguientes: española 61 %, indígena 30 %, africana 9 % (Morera, Barrantes y Marín-Rojas 2003: 71).
Por lo que respecta a la cultura, está muy extendido el pensamiento de que junto con la mezcla física se da necesariamente y a partes iguales o, por lo menos, en idéntico grado en lo cultural una mezcla que conforma la identidad en este ámbito de la etnia resultante del mestizaje físico.
A continuación analizaré esta tesis que denominaré de la identidad cultural mestiza con la que, como se verá, no estoy de acuerdo porque simplemente no refleja la realidad.
Me parece a todo esto, oportuno dejar en claro que rechazo totalmente la creencia en que haya alguna raza que sea superior a otras y que, en cuanto a las culturas, considero que todas son igualmente válidas en principio y capaces de responder a cualquier necesidad del ser humano y que lo mismo sucede con las lenguas que forman parte de ellas y por medio de las cuales se expresan. No creo que las haya superiores o mejores a las demás en abstracto, sino que las que hayan estado en contacto con determinada realidad durante largo tiempo, estarán en mejores condiciones de responder a ella que aquellas que por primera vez entren en relación con ella. Concretamente, pienso que mi lengua (la castellana) y mi cultura (la hispánica) no son en sí ni mejores ni peores que las demás lenguas y culturas que han existido o existen.
En el libro 12 de octubre, día de las culturas. Costa Rica: una sociedad pluricultural, tres de los investigadores más respetados en el campo de los estudios sociales, María Eugenia Bozzoli, Eugenia Ibarra y Juan Rafael Quesada señalan (1998: 15) respecto de lo que denominan «cultura nacional», «tradición latinoamericana dominante en el país», «cultura tica»:
… se deriva de la fusión de las culturas de los pueblos amerindios, habitantes de este territorio a la llegada de los españoles, con las culturas de los pueblos de origen ibérico, africano y posteriormente, de otros orígenes a partir del siglo xix. Esta fusión confirma un sistema cultural nuevo, con su perfil propio, característico de Costa Rica como nación.
La cultura tica sería una variedad de la que se habría originado en 1492, a partir del proceso de conquista que:
… produjo, paulatinamente, la mezcla de lo indígena autóctono, de lo europeo y de lo negro africano… debido a lo anterior, surgió un continente mestizo, producto de esa triple hibridación.
Los autores mencionados no usan la expresión «cultura mestiza», pero, de acuerdo con las ideas que manifiestan, esta expresión, que con frecuencia se emplea en nuestro medio para aludirla, sería posiblemente su designación más adecuada.
La «cultura mestiza», por ser la «cultura nacional», es la que se presenta en los textos oficiales del Ministerio de Educación Pública. El siguiente ejemplo de la forma en que se la presenta en ellos, proviene del texto de tercer año de primaria «Estudios Sociales 3» (Pérez Brignoli, Samper Kutschbach y Badilla Gómez 1996: 66-7), empleado en determinado momento por todos los escolares del país:
Si observamos a los compañeros y compañeras del aula, fácilmente descubriremos que entre ellos hay muchas diferencias:
Hay niñas altas, bajas, gruesas o delgadas, y niños de pelo negro, crespo, lacio, rubio o castaño, de piel blanca, negra o morena. Esas diferencias muestran la diversidad que existe en la población de nuestro país, pues nuestros antepasados indígenas se mezclaron, a partir de 1502, con los españoles que vinieron al territorio que hoy llamamos Costa Rica. También hubo cruces con otros europeos, con negros y asiáticos que llegaron a vivir aquí. La variedad cultural de nuestro país no solo se hace evidente en los rasgos físicos de las personas, sino también en su forma de vivir.
En nuestra forma de hablar se mezclan vocablos de origen indígena, con expresiones propias del idioma de los españoles, lengua que a su vez tiene influencia latina, árabe y griega.
En general, tiende a presentarse una visión de una cultura que nos pertenecería a todos los costarricenses y en la que se combinaran, a veces pareciera que a partes iguales, elementos procedentes de todo el mundo. Esta cultura se manifestaría por medio de una lengua igualmente mestiza.
Debo decir que hay que reconocer una motivación muy positiva entre quienes sustentan esta posición: el deseo de enseñar a apreciar a todas las personas, sean cuales fueren sus orígenes raciales y las culturas que practiquen. Por supuesto, se puede compartir esta motivación sin compartir la visión de la realidad costarricense e hispanoamericana en general que tienen quienes plantean la tesis de la identidad cultural mestiza.
Hay, sin embargo, una serie de aspectos en que la realidad no se compagina bien con la tesis expuesta en el aparte anterior y otros en que esta es muy vaga, probablemente, con la intención consciente o inconsciente de que los desajustes con lo que realmente se da no se noten.
Esta confusión se manifiesta muy claramente en la siguiente afirmación contenida en el pasaje de Pérez Brignoli, Samper Kutschbach y Badilla Gómez (1996: 66-7) antes citado:
La variedad cultural de nuestro país no solo se hace evidente en los rasgos físicos de las personas, sino también en su forma de vivir.
Es un hecho generalmente reconocido por la antropología que no existe ninguna relación entre la conducta humana y, por lo tanto, la cultura, con las diferencias raciales. Una misma cultura puede ser practicada por personas de orígenes raciales completamente distintos de igual modo que personas con los mismos orígenes raciales pueden practicar culturas muy diferentes. En consecuencia, la diversidad racial no implica necesariamente diversidad cultural, ni la mezcla racial, mezcla cultural, como supone la tesis de la identidad cultural mestiza.
Esta confusión se transluce en el hecho de plantear el mestizaje como elemento definidor de una cultura. Por lo que atañe a lo racial, en el caso de Costa Rica al menos, las etnias que existen además de la que se suele denominar «mestiza» presentan también mezcla, de modo que son igualmente mestizas en este sentido.
En cuanto a lo cultural, lo primero es que no hay ninguna cultura en el mundo que no haya adoptado en algún momento algún elemento de otra, de modo que todas podrían calificarse de mestizas desde este punto de vista. Lo único que justificaría el caracterizar a una cultura por el mestizaje, sería que esta lo presentara en un grado que superara la medida habitual o común de mestizaje cultural que se da en el mundo.
La «cultura mestiza» es la cultura de una etnia determinada, no la cultura de todos los costarricenses indistintamente, a pesar de que este hecho se oculte o se disimule dentro de la tesis que estoy examinando. El texto escolar antes citado (Pérez Brignoli, Samper Kutschbach y Badilla Gómez 1996), después de señalar en la página 35 que en «la sociedad costarricense hay diferentes grupos humanos» cada uno con «sus propias características y su propia cultura» adopta definitivamente el punto de vista «mestizo» cuando posteriormente dedica sendos capítulos a tratar «Nuestras raíces indígenas, Nuestros antepasados españoles y Nuestras raíces afrocaribeñas». Ciertamente el punto de vista seguido no es el de la etnia conocida como afrocaribeña (cuya cultura no tiene en ningún grado significativo raíces indígenas o españolas), ni el de etnias indígenas como la guatusa (cuya cultura tradicional no las tiene ni españolas ni afrocaribeñas).
En presentaciones extremas de la tesis de la «cultura mestiza», como la que se da en el texto escolar arriba citado, se trata de dar la impresión de que en la lengua hablada por la etnia mestiza hubiera un grado de mezcla por lo menos equivalente al que se dio en lo racial. En general puede decirse que, en Hispanoamérica, la influencia de las lenguas indígenas sobre el castellano se ha limitado casi exclusivamente al préstamo léxico determinado por el factor de la necesidad de vocabulario para elementos propios de la realidad americana (más que nada nombres de la fauna y la flora), excepto en aquellos territorios, generalmente áreas rurales marginales, en que se da o se dio hasta época reciente el bilingüismo castellano-lengua indígena como un fenómeno importante y donde se han desarrollado lo que Zimmermann denomina dialectos étnicos (1992: 236-7) e incluso estos se han convertido en la variedad lingüística principal de la comunidad. Las dimensiones de esta influencia son semejantes a las de los sustratos léxicos de las lenguas prerrománicas en las románicas.
Para ejemplificar este tipo de situación tomaré el caso de los indigenismos procedentes de lenguas de Costa Rica que se dan en el español de este país, dejando de lado los dialectos étnicos (como el español hablado por quienes tienen el bribri como lengua materna, véase Lininger 1991). La única lengua indígena costarricense que dio una cantidad de préstamos importante fue la de los huetares, etnia que dominaba la mayor parte del centro del país. El huetar fue considerado lengua general por los españoles, pues era conocido por los hablantes de otras lenguas tanto hacia el norte como hacia el sur, y hasta avanzado el siglo xvii se usó para predicar entre, por ejemplo, los bribris y los cabécares. Desde fines de este siglo, sin embargo, había perdido su importancia y los misioneros pasaron a emplear los idiomas particulares de las etnias de las regiones periféricas que no habían sido sometidas. El huetar se extinguió probablemente a fines del siglo xviii o comienzos del xix, pues en la segunda mitad de este, cuando renació el interés por las lenguas indígenas, nadie encontró hablantes a los que tomarles muestras (Constenla Umaña 1984: 12-4). El número de posibles huetarismos en el español de Costa Rica, dejando de lado los abundantes topónimos, es de unos 180, por curiosa coincidencia el mismo número de palabras galas que de acuerdo con von Wartburg (1966: 26) se considera que han sobrevivido en las lenguas románicas de Francia, y, casi en su totalidad, se trata de fitónimos y zoónimos (Quesada Pacheco 1990). Las demás lenguas de Costa Rica, incluidas las que se conservan en la actualidad, no parecen haber aportado al español hablado en el país, casi otra cosa que topónimos. Por lo demás, no hay ningún rasgo gramatical o fonológico del español de Costa Rica, exceptuadas las variedades de él habladas por otros grupos étnicos con sus propias lenguas, que se haya propuesto se derive de la influencia de alguna lengua indígena del país. Finalmente, de acuerdo con un estudio sobre la vigencia del léxico de origen indígena en el habla culta de San José, la capital de Costa Rica (Jara Murillo 1988), de 186 vocablos recogidos en las principales obras disponibles en aquel momento sobre el español del país (entre los que se incluían indigenismos provenientes tanto de lenguas de dentro como de fuera de él), sólo el 27,94 % eran de uso general, en tanto un 37,63 % se encontraba prácticamente en desuso.
Lo anteriormente señalado para el caso de Costa Rica, parece ser cierto en toda Hispanoamérica. López Morales (1998: 77) señala que en un estudio realizado en la Ciudad de México, los términos de origen indígena que aparecieron en un corpus de 4 600 000 palabras (integrado mitad y mitad por muestras escritas y habladas) constituyeron menos del 1 por 100 del caudal léxico común, que es, en lo esencial, de origen patrimonial hispánico. O lo que es lo mismo, es necesario que un mexicano —en términos estadísticos— use casi mil palabras españolas para escuchar un indigenismo.
El mismo autor (ibídem: 78) considera por otra parte que la transferencia de rasgos fonológicos y gramaticales constituyen un fenómeno prácticamente limitado «al español de sujetos bilingües con limitada competencia en español» que no ha permeado el español general de las mismas localidades, lo que lo lleva a concluir que:
Al margen del vocabulario, las influencias indígenas no aciertan a explicar ninguno de los fenómenos del español americano.
La tesis de que la cultura de la etnia mayoritaria costarricense o la de cualquier otro país Latinoamericano «se deriva de la fusión de las culturas de los pueblos amerindios, habitantes de este territorio a la llegada de los españoles, con las culturas de los pueblos de origen ibérico, africano y posteriormente, de otros orígenes» como se ve no resulta adecuada desde el punto de vista lingüístico. ¿Qué ocurre en el resto de la cultura?
En general, la situación de predominio total de lo hispánico que se da en cuanto a la variedad lingüística propia de la etnia mestiza se repite en la mayor parte de los otros aspectos de su cultura, particularmente en lo social y lo ideológico: el sistema de parentesco, las creencias religiosas, las formas de organización política, las narraciones tradicionales, etc., etc., son fundamentalmente hispánicas. La adopción de rasgos indígenas se da más que nada, aunque no exclusivamente, en lo material y obedece, como en el caso del léxico, a la adaptación al medio (empleo de productos vegetales y animales propios de América y de técnicas para su obtención y uso). Las influencias de la medicina indígena revelan claramente este hecho. Es cierto, como se ha señalado (Bozzoli, Ibarra y Quesada 1998: 60-2), que la etnia mestiza recurre no solo a las plantas, sino a los especialistas indígenas (los chamanes), pero lo hace dentro de patrones de pensamiento hispánicos, considerándolos curanderos, conocedores de medicamentos naturales útiles y de recursos mágicos de orden general, no dentro de los patrones indígenas que atribuyen la curación no tanto al efecto de la medicina herbolaria en sí ni al empleo de la magia, sino a la interacción con entidades espirituales específicas de su tradición religiosa de las que los miembros de la cultura mestiza no tienen noticia ni, en caso de que la tengan, consideran reales.
Una de las exposiciones más lúcidas de este hecho en el caso de otro país hispanoamericano, fue planteada por el destacado lingüista chileno Adalberto Salas. De acuerdo con él (1996: 144 y 148):
La simple observación muestra que en el comportamiento de los chilenos no hay componentes importantes de origen indoamericano. Habrá uno que otro rasgo de procedencia indígena, como el uso del ají y no de la guindilla para dar sabor picante a las comidas, pero ni en número ni en importancia podrán cambiar el hecho básico de que en campos y ciudades de Chile, el grueso del comportamiento cultural es hispánico, europeo-occidental, no vernacular indoamericano.
…
Todo esto deja lugar cómodo a la conclusión de que los pueblos vernáculos del área tuvieron un rol más bien marginal en la gestación sociocultural de la nación.
Este hecho es tan patente que aun los defensores de la tesis de la cultura mestiza se ven obligados en ciertos momentos a reconocerlo (Bozzoli, Ibarra y Quesada 1998: 56):
En América Latina, las potencias colonizadoras impusieron una lengua (el español o el portugués), una religión (el catolicismo), costumbres, instituciones y formas de arte. En este sentido, nuestro continente ha sido una prolongación de la civilización occidental —aunque con carácter de periferia, desde luego—…
Este reconocimiento, sin embargo, no impide que, de manera a mi parecer poco racional, se mantenga la tesis de la cultura mestiza. Los mismos autores, continúan el pasaje citado de la siguiente manera:
pero con una particularidad esencial: la constitución de una sociedad mestiza. Se hace necesario entonces, un redescubrimiento de nosotros los latinoamericanos. Esto exige el reconocimiento de que nuestro mestizaje no tiene una matriz única, la europea.
Como señaló Adalberto Salas (1996: 148-9):
La conclusión de que los chilenos somos lingüística y culturalmente hispanos contradice lo que se ha venido enseñando desde la escuela: que el pueblo chileno se fundó de la fusión entre gente hispana y gente mapuche. El dato lingüístico y cultural reduce a un mínimo la credibilidad de una interpretación que ha de ser mítica, ya que es de lo más misteriosa una fusión en la cual uno de los participantes conservó inalteradas su lengua y su cultura y el otro participante las perdió íntegramente. Esta figura, más que una fusión, parece disolución de un grupo marginal y minoritario dentro de otro grupo nuclear y mayoritario.
En todo esto, el mejor dictamen probablemente sea el de las otras etnias: en Costa Rica, los indígenas no asimilados utilizan en sus lenguas el mismo término que utilizaron para los españoles para los que pertenecemos a la etnia de «cultura mestiza» y los hablantes de criollo de base inglesa de la etnia afroantillana emplean para denominarnos la palabra pania (del inglés Spaniard).
Los defensores de la tesis de la «cultura mestiza» cuando se ven enfrentados a la realidad de su carácter hispánico suelen aducir que el predominio de lo hispánico no tiene mérito por originarse en la imposición colonialista. Bozzoli, Ibarra y Quesada (1998: 62-3), por ejemplo, en relación con los «elementos culturales españoles» presentes en la cultura nacional costarricense afirman:
Estos rasgos van a ser los más numerosos, a la vez que son los más sencillos de identificar, porque dentro de la situación colonial en la que se encontraba Costa Rica, los conquistadores se convirtieron en el grupo dominante, subordinando a negros e indígenas… el predominio político, militar y económico del grupo conquistador minimiza los aportes de los sectores minoritarios.
Las causas de que una cultura prevalezca en determinado territorio no deberían ser obstáculo para que podamos reconocer el hecho. Lo general en todo el mundo es que el predominio de una lengua y una cultura se deba al predominio militar, político y económico de quienes las llevaron allí en sus migraciones. En la India actual, el 72 % de las lenguas son indoeuropeas, descendientes de la de un pueblo invasor que penetró hacia el 2500 a. C. En España, Francia, Portugal y Rumanía la mayor parte de las lenguas habladas son formas modernas del latín, lengua originaria de Italia impuesta por los conquistadores romanos. En la América precolombina, el Imperio Incaico se extendió por medio del poderío militar desde el sur de Colombia al sur de Chile; una de sus políticas era la expansión del quechua cuyas variedades actuales, por esta razón, constituyen el conjunto con mayor número de hablantes entre las lenguas indígenas de toda América. A causa de conquistas iniciadas el siglo vii d. C. desde Arabia, el árabe se habla en países como Iraq, Egipto, Siria, Túnez, Argelia y Marruecos entre otros. Los hispanoamericanos y los españoles castellanohablantes son, lingüística y culturalmente hablando, la misma gente en idéntico grado, por lo menos, en que los habitantes mayoritarios de los últimos países mencionados y los de Arabia son todos árabes por igual.
Si lo anterior es cierto para el caso de la influencia lingüística indígena, lo es todavía más en relación con otras influencias como las de las lenguas de los esclavos africanos traídos por los españoles o las de los distintos grupos de inmigrantes, como lo demuestra, en el caso del español de Costa Rica, el número de palabras tomadas de ellas, que es muchísimo inferior al de las tomadas del huetar. Lo mismo sucede en otros ámbitos de la cultura.
En la historia de los pueblos encontramos con frecuencia que el territorio que habitan ha presenciado numerosos movimientos migratorios, pero no todos han tenido el mismo efecto. Generalmente hay uno que es el decisivo en la constitución de su identidad cultural del momento: el que impuso la lengua que hablan.
La razón fundamental de la postulación de la tesis de la «cultura mestiza» es el afán de parte de los hispanoamericanos de que se les reconozca una identidad propia opuesta a la de la gente de España.
Lo adoptado de los indígenas se ha empleado como elemento diacrítico a la hora de reclamar la posesión de una identidad propia, sin que esto conlleve necesariamente ningún auténtico aprecio de las lenguas y culturas indígenas. Esta función de identificación ha seguido teniendo pertinencia hasta nuestros días y la seguirá teniendo, aunque en general superada por el desarrollo de otros factores que contribuyen a la misma función. El elemento indígena es uno de los que ayuda a caracterizar al español de América frente al de la península, al español de distintas regiones americanas unas frente a otras (por ejemplo, al español de México y Centroamérica frente al de buena parte de Sudamérica; unos decimos elote y otros, choclo), al de los distintos países (sólo en Costa Rica se le dice purruja al jején) y hasta al de distintas áreas dentro de un mismo país (en Costa Rica, el término nacume, de origen chorotega, como denominación del jefe de una cofradía religiosa se ha usado solo en la provincia de Guanacaste). En esto juegan un papel importantísimo los topónimos, categoría que desde otros puntos de vista suele considerarse intrascendente (véase, por ejemplo, Lope Blanch 1968: 38).
Esta utilización de los préstamos de las lenguas y las culturas indígenas se manifiesta desde los primeros momentos de la conquista y la colonia. De acuerdo con Juan Clemente Zamora (1982: 167), después de la necesidad de denominar elementos de la realidad americana, la segunda causa del uso de palabras taínas por parte de los conquistadores de La Española y Cuba fue el deseo de diferenciarse de quienes no habían vivido en América:
El conquistador… mostraba que era un veterano de la experiencia americana reteniendo sus palabras taínas.
La identidad es, tanto inconsciente como conscientemente, una de las preocupaciones fundamentales de los individuos y de las colectividades y, en la tarea de definirla, unos pocos hechos pueden adquirir una importancia decisiva. En muchos casos en Hispanoamérica, la búsqueda de una identidad propia separada de la española, algo cuya importancia, por supuesto, se incrementó decididamente en el siglo xix con la independencia, ha hecho que en muchos casos haya querido dárseles a unos pocos elementos de origen indígena más valor que a una mayoría abrumadora de elementos hispánicos. Simplemente, los primeros, por su naturaleza más local, se sienten como más caracterizadores que los segundos. Lo mismo, de todos modos ocurrió previamente, por ejemplo, en el caso de los pueblos románicos de Europa: más que con los romanos, los españoles han tendido a identificarse con los iberos y celtíberos, y los franceses y valones con los con los galos.
Todo lo que contribuya a tener una identidad robusta es bueno mientras no promueva la intolerancia con respecto a otras identidades. La diversidad cultural es algo sumamente valioso. Sobre uno de sus aspectos fundamentales, la diversidad lingüística, ha señalado acertadamente el lingüista británico David Crystal (2001: 47-48) al relacionarla con la diversidad biológica y su papel en la evolución:
… se ha señalado a menudo que el éxito de nuestra colonización del planeta se debe a nuestra capacidad de crear culturas diversas que se adaptan a toda clase de entornos. La necesidad de mantener una diversidad lingüística se apoya de plano sobre los hombros de estos argumentos. Si la diversidad es un requisito previo para el éxito de la aventura humana, el papel que desempeña la lengua es esencial, ya que la lengua yace en el corazón de lo que significa ser humano.
Lo que se aplica a la diversidad de lenguas lógicamente se aplica a la diversidad dialectal. Parte de una identidad robusta es la posesión de rasgos que nos caracterizan como personas ligadas a un determinado espacio geográfico. El aprecio de estas diferencias no debe parecernos conflictivo con el de las semejanzas que nos ligan en distinto grado con otros pueblos, como las que ligan a las personas que practican distintas modalidades de la cultura hispánica en distintas partes del mundo. Al hablar de identidad se suele pensar ante todo en algo como lo que aparece como segunda acepción en el diccionario de la Lengua Española en su edición del 2001: «Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás». Esta definición hace énfasis en lo diferencial; sin embargo, cuando hacemos referencia a colectividades, la primera definición, ligada a la etimología, resulta, en el fondo, igualmente pertinente: «Cualidad de idéntico». La identidad de una colectividad supone que desde una serie de puntos de vista sus miembros tienen rasgos idénticos, algunos de los cuales, por lo menos, son diferentes a los que tienen los miembros de otras colectividades. En fin de cuentas, al plantear la existencia de identidades lo que estamos haciendo es una tarea clasificatoria a partir de rasgos.
Como en toda clasificación, en el planteamiento de identidades el resultado tiene mucho que ver con los rasgos que se tomen en cuenta y la importancia o peso que se les dé. De esto resultan lo que podríamos llamar distintas facetas de identidad, entre otras el origen geográfico, la raza, el grado de desarrollo económico de su sociedad y la cultura.
Por otra parte, debemos reconocer que entre las identidades se dan relaciones semejantes a las de hiponimia en un campo semántico: una identidad puede quedar englobada en otra y, por lo tanto hay distintos niveles de identidad. Se trata, simplemente, de distintos abarques del nosotros cuando lo empleamos de manera inclusiva. Un buen ejemplo nos lo da el empleo sustantivado de /se&?/ ‘pronombre de primera persona inclusiva’ en bribri, lengua chibchense de Costa Rica, para hacer referencia a los bribris frente a los demás pueblos indígenas, a los indígenas frente a los no indígenas y, finalmente, a los humanos frente a los demás seres.
En consecuencia, el reconocimiento de determinada identidad en el nivel más general no tiene que ser conflictivo, como en muchos casos pareciera pensarse, con la robustez de la identidad en un orden más particular. Así pues, el ser hispanocostarricense pertenece a un nivel distinto de definición de la identidad que el ser hispanoamericano y este, a su vez, a uno diferente que el ser hispánico. Se puede ser legítimamente cada una de estas cosas sin perjuicio de las otras, porque cada una es simplemente una modalidad de la otra. En última instancia, hay que tenerlo siempre muy presente, todas son modalidades del ser humano.
La tesis de la «cultura mestiza» hace pasar a la cultura hispánica local (por ejemplo, la costarricense) o regional (la hispanoamericana) por cultura sin especificidad étnica, producto del aporte de todos. Esto es un recurso para estimular y facilitar su adopción por los miembros de las etnias minoritarias, que así pueden abandonar sus culturas tradicionales y adoptar la mayoritaria sin mucha conciencia de estar renunciando a lo propio. Es el equivalente de la tesis de la tesis del «crisol de razas» (melting pot) que se ha usado en Estados Unidos con la misma finalidad favorable a la variedad de la cultura inglesa predominante en aquel país.
Desde ese punto de vista, la tesis de la «cultura mestiza» no contribuye, en mi opinión, a la conservación de las lenguas y las culturas indígenas ni de ningún otro aspecto de la diversidad cultural y lingüística en Hispanoamérica.
Las otras lenguas y las culturas se valoran más que nada por su contribución a la «cultura mestiza». Para hacer referencia únicamente a lo indígena, la tesis de la «cultura mestiza» lo valora fundamentalmente por considerarlo un antecedente de ella que contribuye a su distinción con respecto, más que nada, a la española. El interés se centra en los «elementos culturales indígenas en la cultura nacional» (Bozzoli, Ibarra y Quesada 1998: 60-3), en «nuestras raíces indígenas» (Pérez Brignoli, Samper Kutschbach y Badilla Gómez 1996: 36-7) no en el valor que tienen las culturas indígenas por sí mismas. Desde esta perspectiva contribuye a que las culturas indígenas se sientan como algo relacionado más que nada con el pasado, no como algo actual.
En el fondo, la tesis de la cultura mestiza es una típica tesis nacionalista que concibe que a cada estado corresponde una sola nación con una cultura única propia.
Quienes creen que al postular una identidad cultural mestiza están luchando por el reconocimiento del valor de la variedad cultural se equivocan. La variedad cultural no se ve favorecida por la existencia de una única cultura, aun si fuera cierto que está compuesta a partes iguales por los aportes de todos los pueblos que alguna vez han tenido presencia en un país, sino por la conservación independiente, con la debida adecuación a la época en que se vive, de cuantas culturas de esos pueblos sea posible. En el momento en que haya una identidad cultural que todos los miembros de un país podamos reconocer como nuestra habrá desaparecido la variedad cultural que no se reduce a matices. Es probable que debido a la intolerancia hacia las diferencias y sus manifestaciones históricas en la forma de discriminación e incluso de violencia, aun personas muy bien intencionadas en el fondo consideren que sería bueno que desapareciera la diversidad para erradicar el problema. Sin embargo, la solución se encuentra más bien en erradicar la intolerancia que es la verdadera causa del problema.
Como señaló para el caso de Chile Adalberto Salas (143 y 144), la identificación de lo indígena como las verdaderas raíces de la «cultura mestiza»:
pertenece más bien al nivel de los mitos nacionales, o sea, de lo que la población cree de buena fe que es, no de lo que realmente es…
La persona habla castellano y vive la civilización europeo-occidental, pero en la oratoria se declara indoamericana, sin advertir que sus «profundas raíces indígenas» no tienen reflejo en su vida práctica. Esas «profundas raíces» existen en la conducta retórica, no en la conducta real.
Tal identificación tiene además otra utilidad porque nos permite a los miembros de la etnia continuadora y beneficiaria de la situación originada por la conquista española adoptar la posición de víctimas al mismo nivel que los miembros de las culturas indígenas. Adalberto Salas (ibídem: 141) sintetizó de la siguiente manera este tipo de discurso que se escucha con muchísima frecuencia en boca de hispanoamericanos:
los españoles invadieron nuestra tierra, mataron y esclavizaron a nuestra gente, nos despojaron de nuestras riquezas, destruyeron nuestras culturas, nos impusieron su lengua y sus formas de vida…
La negación de la propia identidad en el caso de los hispanocostarricenses lleva a un desconocimiento general, en primer lugar, del carácter fundamentalmente cultural de las diferencias entre los distintos grupos étnicos del país, atribuyéndolas más bien a lo racial. Es así como oficialmente se habla de mestizos en lugar de hispanocostarricenses, del Día del Indio, en lugar del Día de las Culturas Indígenas; del Día del Negro en lugar del Día de la Cultura Afroantillana (o quizás mejor Angloafroantillana).
Fuera del término mestizo, en absoluto caracterizador, como ya se ha comentado, no hay un nombre para la etnia mayoritaria en el habla formal (aunque todos entendemos en el habla coloquial que el gentilicio ticos se refiere a sus miembros). Después de que el 12 de octubre dejó de dedicarse a la hispanidad y pasó a ser llamado Día de las Culturas, se da la curiosa circunstancia de que no hay un día específico dedicado a dicha etnia como sí los hay para las otras, si bien pudiera ser, como señaló alguien ingenioso en una reunión en que se discutió el tema, que esto se debe a que todos los otros días le pertenecen.
El ocultamiento y la falsa identificación de la identidad cultural como racial llega a un grado tan exagerado que en el último censo efectuado en Costa Rica (año 2000) las categorías étnicas que se incluyeron fueron: indígena, afrocostarricense o negra, china, ninguna de las anteriores e ignorada. Es tremendamente extraña la definición negativa de la condición hispanocostarricense que se refleja: según esto sería alguien que no se considera indígena ni negro ni chino. En algunos documentos de la Dirección General de Estadística y Censos, en lugar de la expresión «ninguna de las anteriores» se emplea la palabra «otros». Paradójicamente, da la impresión de que los hispanocostarricenses se consideraran caracterizados por la carencia de una identidad particular.
Esta negación no es característica exclusiva costarricense, sino hispanoamericana, como antes se ha señalado y es, en el fondo, una tesis predominante entre buena parte de la intelectualidad de la región. Un claro ejemplo es la obra del filósofo Leopoldo Zea, en la que, en el fondo, se nos niega toda especificidad (cometiendo el error de considerarla menos compatible con la condición humana que la falta de especificidad), como se refleja claramente en el siguiente final de un artículo titulado «Integración: el gran desafío para Latinonamérica»:
Se plantea ahora el viejo interrogante latinonamericano: ¿Qué somos? ¿Americanos? ¿Europeos? ¿Africanos? ¿Asiáticos? Para nosotros está clara la respuesta, ¡somos todo eso, nada de lo humano nos es ajeno!
Parece asombroso que alguien preconice la unidad de un grupo específico de pueblos no con base en el hecho de que tengan rasgos comunes diferenciales específicos que justifiquen el planteamiento de una identidad común, sino en todo lo contrario. ¿Por qué, si somos tan de cualquier continente como de este, debemos unirnos con otros latinoamericanos antes que con los estadounidenses, los chinos o los egipcios?
Todo lo anterior suena bastante esquizofrénico y no parece nada sano desde el punto de vista de la salud psicológica. Sin un reconocimiento de lo que se es no parece muy factible que se puedan aprovechar sus aspectos favorables y luchar por superar los desfavorables.
En Hispanoamérica y, por lo tanto, en Costa Rica, no existe sino como mito una identidad cultural mestiza producto de la fusión a partes iguales de las culturas de los indígenas, de la hispánica, de las de los africanos traídos a América por los españoles y de las de los distintos grupos de inmigrantes. Existe en cambio la cultura hispánica en una serie de variedades con adaptaciones a las circunstancias geográficas e históricas propias de cada lugar, que incluyen la adopción en un grado normal de elementos de las otras culturas con las que ha estado en contacto.
La observación del peso que se en las políticas mundiales se concede a los países de grandes dimensiones tanto territoriales como poblacionales, como China, Rusia o Brasil, hace pensar en la conveniencia de que algún día toda Hispanoamérica se integre en uno. La falta de aceptación y el ocultamiento de la identidad hispánica común de las etnias mayoritarias de la mayor parte de los países, que podría ser una de las bases para esta integración, son uno de los muchos obstáculos en el camino hacia esta meta.