Carlos Coello Vila

El español en contacto con las lenguas andinas, hoyCarlos Coello Vila
Academia Boliviana de la Lengua

El extranjero menos avisado se percata de inmediato, cuando visita alguna de las ciudades de Bolivia, que la gente habla en las calles y en las plazas un castellano muy matizado y distinto al que se oye en otras latitudes de América. Recojo de Internet este fragmento que esconde un propósito claramente malintencionado para caracterizarnos. Dice:

El boliviano en general habla un español muy singular. Por ejemplo, el verbo haber lo emplea mucho, nunca emplean los tiempos verbales pasados: no dicen yo fui, dicen yo he ido. Y las frases las arman al revés, no dicen voy a ir de paseo, dicen de paseo voy a ir. O, por ejemplo, si refiriéndose a que allí hay un negocio, ellos dicen había sido un negocio. Y uno no entiende nada: si el negocio aún existe o si ya desapareció.1

Por supuesto, ese «boliviano en general» es el que pertenece al pueblo llano, el que habla un «castellano popular» y no el que en todas las regiones de la nación emplea, según las circunstancias y situaciones formales de comunicación, la norma culta que le permite comprender y hacerse comprender con todos los que emplean la misma norma en cualesquiera de los ámbitos lingüísticos panhispánicos. Algo semejante pasa con un chileno, un mexicano, etc., cuando se expresan en lengua popular o en lengua culta.

El que escribió el mencionado texto no sabe que el castellano andino ha elegido las formas analíticas y ha rechazado o excluido las formas sintéticas (Ha de estar viniendo; sabe venir; había sabido venir, etc.)

Con referencia al verbo hacer, existen estudios que analizan y proporcionan explicaciones sobre el sentido de los usos bolivianos en el contexto de las perspectivas de evolución de la propia lengua española. Así, Pfänder y Soto recogen algunos ejemplos del tipo «hacer + infinitivo» que serían desconcertantes para un hablante ajeno al castellano andino:2 La niña se ha hecho morder con el perro.

En esta construcción, llamada «causativa», el verbo hacer aparece en su forma refleja y el sujeto sintáctico no es, obviamente, agente sino paciente de la acción realizada por el perro. Por supuesto, la niña ha sido mordida por el perro; ella ni ha mordido al perro ni ha ocasionado que el perro la muerda. Es, pues, una acción más pasiva que causativa del tipo la niña ha sido mordida por el perro.

«Según estas primeras observaciones, se hace evidente la necesidad de explicar los datos del castellano andino no sólo a partir de las características sintácticas, sino teniendo en consideración aspectos semánticos y pragmáticos» —afirman, con toda razón, los citados autores.3 Otros ejemplos del corpus que ellos utilizan son claramente causativos: Me lo has de hacer hacer ¿ya?

Poco usuales en el corpus del castellano peninsular, en el que funcionaría la forma «mandar a + infinitivo», como en otras lenguas romances, es frecuente en el castellano de Cochabamba quizá por influencia del sufijo causativo -chi y el instrumental -wan. En el quechua, la lengua de contacto, la estructura gramatical es «verbo + chi + wan». Así:

«masi-wan                   ‘pedir a un amigo
rumi-cha-chi-y»           que llene con piedras’

Podríamos reproducir ejemplos análogos con el verbo hacer, pero lo esencial, según apuntan los autores citados, es que este verbo pierde, en los ejemplos, el carácter de intencionalidad porque se produce un empalidecimiento semántico propio de los procesos de gramaticalización («bleaching»). Además, el pronombre se corresponde al objeto directo y el agente el perro está regido por la preposición con, construcción ciertamente inusual y agramatical en otros dominios geográficos de la lengua castellana.

También los casos donde el orden de los constituyentes de la frase aparece trastrocado, como en el ejemplo: de paseo voy a r», hizo pensar a algún notable personaje que detrás de esta «sintaxis destrozada» del castellano estaba la sombra del genio de alguna lengua de contacto.4

La oposición entre las formas perfectas del pretérito y las del pluscuamperfecto se da en el español peninsular marcando una mayor distancia temporal, referida al hablante, de estas últimas formas respecto a las primeras. Esta oposición se resuelve en el castellano andino en favor de otra función nueva y distinta. También el pluscuamperfecto expresa una mayor distancia con respecto al hablante, pero no de carácter temporal sino testimonial.5 Cuando el hablante andino dice: «había sido un negocio» no está haciendo referencia a la existencia del negocio en un pasado más o menos remoto y a su inexistencia actual, sino al hecho de que ‘algo es efectivamente un negocio, pero que él no sabía, que él no tenía un conocimiento testimonial de tal hecho’. Si un boliviano dice de un hombre: «había sido portero», no quiere decir que antes ese hombre era portero y ya no lo es, sino que ‘él no tenía hasta ahora el conocimiento testimonial de que ese hombre es portero’. Lo que advierte el lingüista es que esta nueva función puede estar relacionada con una marcada influencia de los sufijos quechuas -sqa y -rqa, que señala la oposición testimonial-no testimonial, categoría gramatical que se da también en otras lenguas nativas (en el aymara la función testimonial se marca con el sufijo -tayna, como se aprecia en la frase «Akaskataynaw», ‘aquí habían estado’), pero que es inexistente en el español peninsular. Ni fonéticamente —por el desplazamiento acentual en habiá—, ni semánticamente —por la nueva significación referida al aspecto no testimonial—, ni pragmáticamente —por la naturaleza de las relaciones en que intervienen los actantes en la situación de comunicación— este uso sui géneris de la variedad andina no existe en el español. Además, el reconocimiento fáctico de los hechos, la independencia y el distanciamiento de los actores con respecto a éstos añaden un acentuado determinismo en la cosmovisión del hombre andino. Este determinismo se expresa, con toda su carga de fatalidad en la expresión aymara ¡Ukhamaw! (‘así es’), que tiene un sentido apodíctico, de necesidad, y no sólo categórico. Ukhamataynaw!, (‘así nomás habiá sido’), refleja una resignada aceptación del destino; una ciega aceptación de la realidad, como advirtió el pensador argentino Rodolfo Kusch, en sus reflexiones sobre el mundo andino.

Podríamos multiplicar los casos sobre los usos divergentes de esta variedad de lengua con referencia a la norma estándar ocasionados por el influjo de las lenguas de contacto. Con mayor incidencia y profundidad, el español ha ejercitado una influencia onerosa en todos los niveles estructurales de las lenguas nativas, valiéndose de la supremacía diglósica en la que se hallaba y se halla con respecto a estas lenguas en casi cinco siglos de contacto. Las políticas lingüísticas de la metrópoli durante la colonia se reprodujeron mutatis mutandis en la época republicana. La política imperial de Felipe II y de Carlos III, permisiva o intolerante sobre las lenguas indígenas, resurgió en los siglos xix y xx vestida de otro ropaje, pero con un cuerpo de doctrina más o menos semejante.

Hasta 1952, año de la revolución nacional boliviana, los indígenas y las mujeres estaban marginados del derecho al voto en los plebiscitos. La educación era un privilegio de blancos y mestizos; los indios estaban casi excluidos de ella, con excepción de algunos experimentos públicos y privados.6

La Reforma Educativa de 1953 y el Código de la Educación Boliviana de 1955 establecían que la alfabetización en castellano y la enseñanza básica universal y gratuita eran los vehículos para integrar a todos los ciudadanos en una comunidad política comprometida con los principios de la revolución nacional.

En una situación de contacto, las relaciones involucran no sólo a las lenguas sino a las comunidades de los hablantes. Interesa establecer algunas perspectivas sobre lo que puede ocurrir en los años que vienen entre el español y las lenguas andinas. Para esto necesitamos recurrir a algunos datos estadísticos comparativos. Tomemos los tres últimos censos ―1976, 1992 y 2001― levantados en Bolivia. El último censo ratifica las observaciones y comentarios que un experimentado antropólogo y lingüista realizó sobre los dos primeros.7

En términos absolutos, aumentó el número de los que hablan castellano, quechua o aymara, pero, en términos relativos, en los últimos 25 años, el porcentaje de los primeros se incrementó; en cambio, el de los dos últimos sufrió un pequeño decremento. Creció el número de bilingües, de los cuales la gran mayoría tienen el quechua o el aymara como lengua materna. Las causas principales pueden ser la extensión de la educación a sectores rurales donde antes no llegaba y las cada vez mayores migraciones del campo a la ciudad.

Estos datos hacen prever las siguientes tendencias:8

  1. El porcentaje del castellano continuará en aumento
  2. El porcentaje de las lenguas nativas seguirá decreciendo
  3. En números absolutos, el castellano crecerá aún más con relación al crecimiento general de la población; y las lenguas nativas crecerán, pero por debajo del crecimiento absoluto de la población
  4. Crecerá notablemente el número de bilingües castellano-quechuas o castellano-aymaras
  5. Disminuirá el número de monolingües quechuas y aymaras

Aunque el apoyo en favor del castellano será mayor en las ciudades que en el área rural, la presión previsible sobre el mismo será cada vez mayor por influencia del adstrato quechua o aymara, según las regiones.

El castellano y las lenguas nativas conviven en una situación de diglosia lingüística.9 El castellano es, en los hechos, la lengua oficial del Estado, aunque no lo diga expresamente la Constitución Política. Los monolingües castellanos sólo tienen la necesidad de aprender alguna de las lenguas propias de los otros grupos por razones particulares, en tanto que los hablantes de lenguas indígenas tienen la premiosa necesidad de aprender castellano para superar su nivel de vida. Para ellos, la lengua oficial, alta, de prestigio, resulta tan necesaria que, desde el punto de vista de la sociolingüística, el bilingüismo, para ellos, es un bilingüismo de supervivencia.

La relación entre el  castellano y las lenguas nativas es asimétrica, y esta asimetría cubre y trasciende todas las esferas de la actividad humana. El monolingüismo cobra dimensiones políticas e ideológicas. El linguicismo (Skutnabb-Kangas, Phillipson) ―concepto semejante al de glotofagia―, encarna «las ideologías y estructuras que son empleadas para legitimar, consolidar y reproducir una división inequitativa del poder y de los recursos (materiales y no materiales) entre los grupos humanos […]. El linguicismo, entonces, puede ser concebido como una ideología para justificar y preservar una sociedad dual y como otros tipos de -ismos negativos, esta ideología puede servir de base para actuar de manera abierta o encubierta en una determinada dirección tanto en el plano individual como en el social».10

En virtud de estas consideraciones y de las tendencias anteriores podría pensarse que algunas lenguas indígenas se hallan en proceso de extinción. Esto es parcialmente válido para las lenguas de la región de los llanos tropicales del Oriente de Bolivia, pero no para las lenguas mayoritarias de los Andes, por diversas razones. En primer lugar, en cifras absolutas, el grupo cultural quechua tiene más de dos millones de hablantes (sólo en Bolivia), y el grupo aymara está cerca del millón y medio. En segundo lugar, estos grupos étnicos tienen una fuerte identidad y sus manifestaciones culturales han pasado de la expresión oral a la expresión escrita, aunque todavía bastante limitada.11 Y, finalmente, porque, si continúa la reforma educativa, aprobada por el Parlamento en 1994, fundada en los principios básicos de la pluriculturalidad y del multilingüismo, las lenguas en contacto entran en una etapa de relación inédita en el pasado.

Una educación pluricultural pretende el reconocimiento de la diversidad, como una condición inherente a la realidad étnica, social y cultural del país. Supone un cambio esencial de concepción ideológica, y pretende crear un ambiente de respeto mutuo, para proporcionar las mismas obligaciones, derechos y oportunidades de educación, de bienestar y de progreso, sin ningún tipo de discriminación, para todos los bolivianos.

El carácter bilingüe de la misma implica la adquisición del castellano como segunda lengua para los hablantes de lenguas originarias y el aprendizaje de la lecto-escritura en su propia lengua. Para los que tienen el castellano como lengua materna, la adquisición de alguna de las lenguas nativas. En ambos casos, tenemos, al menos, dos lenguas, lo que implica una situación de bilingüismo o multilingüismo permanente, en el que el aprendizaje de la lengua nativa por parte de los que hablan español está condicionado por motivaciones personales enriquecedoras. Lo que interesa es el cambio de actitud hacia el reconocimiento de las lenguas indígenas de parte de éstos, y la autoestima y lealtad que deben tener todos, especialmente los indígenas, por su primera lengua.

Por este camino, la posibilidad de una intercomunicación en lengua castellana garantiza la unidad lingüística nacional, y todas y cada una de las lenguas aborígenes desempeñan un papel importante en la autoafirmación de los valores vernáculos de larga tradición, que enriquecen, gracias a su diversidad, el rico calidoscopio cultural boliviano.

Notas

  • 1. Publicado en un periódico chileno con el título «La vista chilena de Bolivia…».Volver
  • 2. Stefan Pfänder & Mario Soto, «El verbo hacer en el castellano boliviano (I)». En Lexi-Lexe 3, Revista del Instituto Boliviano de Lexicografía y otros estudios Lingüísticos, La Paz, 2002, pp. 60-67.Volver
  • 3. Passim, p. 61.Volver
  • 4. «Estamos asistiendo aquí a la agonía del castellano como espíritu y como idioma puro e intocado. Lo observo y lo siento todos los días en mi clase de castellano […]; [y en el] castellano que hablan y escriben [mis alumnos], en su sintaxis destrozada, reconozco el genio del kechua», sostiene el escritor peruano José María Arguedas. Citado por Zavala y también por Pfänder, en Lexi-Lexe 2, La Paz, 2001, «La lengua perfecta», pp. 59-60.Volver
  • 5. Varios autores estudiaron este tema.Volver
  • 6. En 1915 se creó la primera normal rural en Umala, provincia Aroma de la Paz. Actualmente existen 17 normales rurales. Entre las iniciativas privadas, de algunos maestros y comunidades campesinas, ver Warisata. La Escuela-Ayllu, de Elizardo Pérez (1962); Warisata mía (1983); La Taika. Teoría y práctica de la Escuela-Ayllu (1992) y otras publicaciones de Carlos Salazar Mostajo.Volver
  • 7. Cf. Xavier Albó, Lenguas en Bolivia, 2 vols. + otro de mapas, La Paz, 1995.Volver
  • 8. Xavier Albó, Op. cit.Volver
  • 9. El cuadro es más complejo si se consideran otras lenguas aborígenes, como el yaminawa o el chipaya, por ejemplo. Entonces las relaciones de dominio y dependencia cobran otras dimensiones, de donde resultan diglosias alternativas (una lengua oprimida por otras dos) o multiglosia (tres o más lenguas en relaciones de dependencias sucesivas). Cf. José G. Mendoza, «Multilingüismo, diglosia y linguicismo», en Lengua, n.º 6, La Paz, 1996, pp. 9-20.Volver
  • 10. J. G. Mendoza, ibid., p. 12.Volver
  • 11. Poseen 200 radiodifusoras de carácter local o regional, y varias publicaciones periódicas.Volver