Ignacio Amestoy

Miremos a nuestro teatro, para hablar y para actuar Ignacio Amestoy
Círculo de Bellas Artes de Madrid (España)

La Royal Shakespeare Company ha estrenado un programa de cuatro obras escritas por Sor Juana Inés de la Cruz, Lope de Vega, Tirso de Molina y Miguel Cervantes. Las cuatro obras, que se vertieron para la ocasión al inglés, se han visto en Madrid y han maravillado a un público que desconfía de nuestros clásicos. Y, curiosamente, la muy irónica mirada de la RSC sobre nuestro pasado nos ha hecho reflexionar sobre lo que estamos olvidando de nuestra identidad teatral, de nuestra identidad cultural.

Los montajes han sido admirables y sólo una pregunta que se nos planteaba. ¿Cuál hubiera sido el resultado de la experiencia si la RSC hubiese interpretado los textos de los cuatro dramaturgos en español? Sin duda, se hubiera logrado una belleza mayor.

Nos quejamos de la debilidad del español en esta encrucijada de la globalización. Pero no ponemos remedio en la base, en la educación. Una educación que no sólo se ha debilitado en la enseñanza del español, sino en las formas de pensar y actuar con el español. Y en estas tareas no es baladí que hayamos marginado el teatro como poderoso instrumento educativo. Los ingleses nos siguen dando ejemplo en esta contienda, no olvidándose de que las artes sermocionales —gramática, retórica y dialéctica— se dan cita en el drama. Hemos dado la espalda al teatro como factor vertebrador de nuestra cultura.

¡Sor Juana Inés, desde América, era capaz mirar sarcásticamente al Calderón de España, trazando su discurso desde un sincretismo ejemplar! Esta perspectiva sincrética es lo que dio origen entre los pueblos de la península Ibérica y de América al español actual. Al comenzar el siglo xxi tenemos una asignatura pendiente: que el arte dramático esté de una manera determinante en las aulas, para estar después en los escenarios…, y no solamente en los teatrales. No nos podemos olvidar de Lope o Calderón, como no nos podemos olvidar de Valle-Inclán o Lorca. No nos podemos olvidar de Sor Juana o del Ollanta, como nos podemos olvidar de Florencio Sánchez o Discépolo. Ni en las aulas, ni en los escenarios.