El prominente físico inglés Freeman Dyson ha escrito sobre la capacidad innata que tenemos de cambiar el lenguaje y diversificarlo. Uno esperaría, dice, que cuando una especie inteligente desarrollara el uso del lenguaje, habría una sola lengua. Que los primeros animales que hablaron crearían una estructura fija de palabras y de significados tan inmutable como el código genético adquirido tres billones de años antes. Y los sabios que escribieron la Biblia vieron aquí un problema. Crearon la leyenda de la torre de Babel para explicar la diversidad de lenguas. Naturalmente que pensaron, y muchos aún lo piensan, que la vida sería más sencilla y las relaciones humanas más fáciles si todos habláramos el mismo idioma.
Es cierto, dice él, que una sola lengua sería mejor para los burócratas y los administradores. Pero tanto nuestra historia y prehistoria como las sociedades primitivas contemporáneas parecen demostrar que la plasticidad y diversidad de las lenguas tuvieron un papel muy importante en la evolución humana. No fue un accidente histórico infortunado el que tuviéramos muchas lenguas. Fue el medio que usó la naturaleza para que evolucionáramos rápidamente. Esto exigió que el progreso biológico y el social marcharan juntos. El biológico se debió a los cambios genéticos de pequeñas comunidades aisladas, y para ello se necesitó que estuvieran separadas por las barreras del lenguaje. Así que nuestra aparición como especie inteligente se debió en gran medida a nuestra asombrosa capacidad de cambiar de lenguajes. Es lo más probable, sigue diciendo Dyson, que nuestra sobrevivencia y desarrollo futuro dependan también de la diversidad biológica y la diversidad cultural. En el futuro igual que en el pasado estaremos mejor si hablamos muchas lenguas y si inventamos otras nuevas cuando tengamos diferenciaciones culturales. Ahora hay leyes que protegen las especies en peligro de extinción. ¿Por qué no tener también leyes para proteger las lenguas en peligro de extinción?
Como la división de las especies creó la gran diversidad de los seres vivos, sigue diciendo el científico inglés, la diferenciación de las lenguas permitió la inmensa diversidad de culturas. La riqueza de las instituciones sociales se debe a nuestra múltiple herencia lingüística. Cada vez que un pueblo deja de hablar una lengua se empobrece toda la humanidad, como toda vida se empobrece cuando matamos a la última vaca marina.
También hay una analogía entre le nacimiento de las especies y el de las nuevas lenguas, según Dyson. Las nuevas especies no nacen solas sino en racimo, como cuando el latín se dividió en las lenguas romances. Lo contrario de la aparición en racimo son los clones, en los que todos los individuos son genéticamente idénticos, y que son un callejón sin salida para la evolución, y son asexuales. En lingüística son las culturas que se cierran sobre sí mismas y se reproducen asexualmente, y se van empobreciendo. Así es cuando se empobrece una literatura. El rejuvecimiento lingüístico también requiere una reproducción sexual, la mezcla de las lenguas y crosfertilización de los vocabularios. Lo que pasó cuando el latín se mezcló con las tribus bárbaras. En la cultura igual que en la biología los clones son un callejón sin salida, pero la ramificación son una promesa de inmortalidad. Hasta aquí el científico inglés que he estado citando.
Roberto Fernández Retamar también ha dicho que no es la «pureza» sino el mestizaje del lenguaje la razón de ser de cada pueblo, porque toda cultura es una intercultura. A propósito de esto me acuerdo de un profesor de lengua española que tuve en la universidad de México. El primer día de clase lo ocupó en despotricar contra la Real Academia Española, y mi compañero de clase el poeta Ernesto Mejía Sánchez y yo estábamos felices, porque teníamos 18 años y éramos anti-académicos. Ahora tengo 80 años menos dos meses y aún soy antiacadémico aunque soy miembro de la Real Academia. Nuestro regocijo del primer día de clase se disipó cuando vimos que el profesor no estaba contra la Academia por su rigor al admitir nuevos vocablos, sino por ser demasiado laxa al aceptarlos. Según él no debía decirse hotel que era galicismo, sino hostal, ni jardín que era italianismo sino vergel. Pensamos que si él hubiera estado cuando el primer hombre empezó a hablar lo hubiera corregido diciendo que eran barbarismos, y la humanidad hubiera quedado muda.
Los amantes de la pureza del latín hubieran preferido que no apareciera la lengua española que ahora nos reúne en Rosario, Argentina. Virgilio y Cicerón al beso le llamaban osculum, pero en esos mismos días, Catulo y Marcial, más modernos, ya le llamaban basium que era como decía el pueblo y es de donde viene nuestra palabra beso.
Las lenguas están hechas de extranjerismos. Como se sabe el inglés entero es una lengua foránea en Inglaterra, o al menos lo saben los galeses a quienes se les impuso como lengua dominante, sin que la hayan aceptado todavía.
Mientras más pequeña es una población defiende más su lengua porque es el único medio que tienen de defender su identidad. Cuando yo era Ministro de Cultura en la revolución de Nicaragua, Paulo Freire me dijo que a los indios miskitos no habría que tratar de quitarles su lengua, porque para ellos la cultura era cosa de vida o muerte. Por siglos han querido quitársela junto con su lengua, me dijo, y es lo único que ellos tienen. Saben que si pierden su cultura y su lengua han perdido todo, y ellos preferirían que los maten como ha pasado en el Brasil. Nosotros pensábamos igual, y la alfabetización en Nicaragua se hizo en cuatro lenguas.
Tenemos una etnia indígena, los ramas, de la que quedan muy pocos, y entre ellos ya sólo había cuatro ancianos que hablaban su lengua. Yo me reuní con ellos en la islita del Caribe donde habita la mayoría, y les pregunté si querían volver a hablar su lengua, y clamorosamente me dijeron que sí. Hicimos planes para volver a enseñárselas, pero antes se frustró la revolución, y murieron esas cuatro personas, y la lengua se perdió para siempre.
Cuando se pierde una lengua es una visión del mundo la que se pierde. Los indios campas de la selva amazónica tienen veintisiete palabras para nombrar el color verde. Los miskitos de nuestra costa caribe, que son muy buenos marineros, tienen veinticinco palabras para el viento. Los esquimales distinguen veinte y tantos colores de nieve.
La principal identidad cultural es el lenguaje, pero ninguna identidad es inmutable. El escritor debe escribir como habla su pueblo, y aun usar la jerga aunque sea efímera. Y en nuestro tiempo la jerga cambia cada vez con más rapidez, sobre todo la de los jóvenes. Se dice que en Estados Unidos a los 30 años uno es lingüísticamente anciano. Yo fui novicio trapense cuando Thomas Merton fue Maestro de Novicios, y sus charlas del noviciado estaban salpicadas de jerga (slang) para regocijo de los novicios. Era la jerga de su juventud, no la de los novicios; pero a pesar de ello ese fue uno de los encantos del gran místico norteamericano.
Así tiene que ser, y a veces debemos usar palabras que no están, ni estarán nunca en el Diccionario de la Real Academia. Dante tuvo que escribir en el restringido dialecto de su ciudad, porque debía escribir como hablaba, pero a causa de lo que escribió ese dialecto ahora se llama italiano.
En Nicaragua no hablamos de tú sino de vos, y sin embargo los poetas no usábamos el vos en la poesía. Mi poema más conocido es uno de juventud que empieza con esta línea: Al perderte yo a ti tú y yo hemos perdido. Y es que no nos atrevíamos a escribir como hablábamos. A mí me tocó ser de los primeros que se atrevieron. Y fue un logro muy importante cuando lo hicimos. Ahora todos los poetas nicaragüenses escriben con el vos. El poeta José Coronel Urtecho me decía que él antes no podía escribir el vos ni en las cartas a su madre.
Así fue en la Argentina. Y qué bien suena el español en Cortázar: «Tomá, mirá lo que me prestó la Chola»… «Y vos que me leés creerás que invento»… O: «sabés que lo hice por Lilian y no por vos». Su hazaña, que debe ser la de todos nosotros, fue la de mantener la unidad de la lengua en su diversidad, esto es mantener su identidad.