Sra. Presidente Honoraria del Congreso y Senadora Nacional,
Sr. Ministro de Educación, Ciencia y Tecnología,
Sra. Presidente del Comité Ejecutivo del Congreso y Subsecretaria de Cultura,
Sr. Gobernador de Santa Fe,
Sr. Intendente de Rosario,
Sr. Director de la Real Academia Española y Presidente de la Asociación de Academias de la Lengua,
Sras. y Srs. Congresistas:
Después de cuatro días de intensas sesiones de trabajo, hemos llegado al final. Lingüistas, escritores, ensayistas, académicos, periodistas, cineastas y editores nos han demostrado una vez más por qué la nuestra es una de las comunidades culturales más pujantes del mundo de hoy.
El desbordante talento de que se ha dado prueba es comparable al afecto y la hospitalidad con los que los rosarinos han acogido a los congresistas. No resulta una novedad, pues Argentina fue siempre tierra de acogida para la emigración y el exilio español. Aquí vivieron y pudieron desarrollar su obra intelectual Rafael Alberti, Francisco Ayala, Castelao, Rafael Dieste y muchos otros, como el historiador Claudio Sánchez-Albornoz, profesor durante tantos años en las universidades de Buenos Aires y Rosario.
El nombre de Rosario quedará ya siempre unido al de nuestra lengua. La ciudad se volcó desde el principio en la preparación del Congreso, al igual que lo han hecho la provincia de Santa Fe y el Gobierno de la Nación, y desde la Secretaría Permanente de los Congresos Internacionales de la Lengua que desempeña el Instituto Cervantes sólo queda expresarles a todos nuestra enhorabuena y nuestra inmensa gratitud.
Termina el III Congreso Internacional de la Lengua, y se confirma una vez más que en 1992 surgió en Sevilla una de las más felices ideas que ha tenido el mundo hispanohablante en las últimas décadas. Primero en Zacatecas, luego en Valladolid y ahora en Rosario hemos tenido la posibilidad de compartir las últimas investigaciones, los proyectos más innovadores y los retos que tenemos por delante. Dentro de tres años, nos espera Colombia.
Permítanme que diga de forma clara y sin falsas modestias que los Congresos Internacionales se han convertido en la máxima expresión de que la política de la lengua es la más exitosa de cuantas llevamos a cabo en el mundo los países iberoamericanos. Tanto es así, que el paso siguiente sólo puede ser uno: conseguir que el siglo xxi sea el siglo del español.
Trataré de razonarlo desde la perspectiva del Instituto Cervantes.
El escritor británico H. G. Wells publicó en 1901 un artículo en el que vaticinaba que a finales del siglo xx habría tres grandes lenguas dominantes en el mundo, que serían, por este orden, el francés, el alemán y el inglés. El gran clásico de la ciencia-ficción no mencionaba en ningún momento el español. Sin embargo, cuando llegó la fecha prevista, la más prestigiosa revista británica —por continuar en el mismo país— afirmaba en un editorial que —cito— «el español es el competidor real del inglés como lengua mundial», y concluía: «Dentro de poco, el mundo comprenderá que globalización es una palabra española». Algo antes, el entonces presidente de Francia François Mitterrand había asegurado que —cito de nuevo— «sólo la cultura angloamericana y la de lengua española están en condiciones de afrontar los desafíos» que plantea el mundo de hoy.
Son sólo dos entre miles de testimonios similares. ¿Qué ha pasado durante los últimos cien años para que las profecías con respecto al futuro del español hayan cambiado tanto?
Ha cambiado la demografía, porque el español es hoy, con sus más de 400 millones de hablantes, la cuarta lengua más hablada del mundo y una de las pocas de relación internacional, ya que es el idioma oficial de 21 países. Es una lengua sumamente homogénea y unitaria y, en consecuencia, sin apenas riesgos de fragmentación, gracias a la excelente labor de las Academias de la Lengua y a que el 90 % de los hablantes vive en países vecinos, los del continente americano. Ello no impide una fertilísima diversidad, porque como decía Unamuno el español es «lenguaje de blancos y de indios, y de negros, y de mestizos, y de mulatos; lenguaje de cristianos católicos y no católicos, y de no cristianos, y de ateos; lenguaje de hombres que viven bajo los más diversos regímenes políticos».
Es también una de las grandes lenguas de cultura desde al menos el siglo xiii, y en ella nació con el Quijote la novela, el género por excelencia de la modernidad. El español ofrece una cantidad excepcional de obras maestras que, más allá de las fronteras nacionales, consideramos de manera unánime como algo común por parte de todos nosotros, y por eso Alejo Carpentier dijo en una ocasión que Cervantes era el novelista mayor de Cuba.
Por tanto, crecimiento demográfico, unidad, lengua internacional y lengua de cultura lo han convertido en un idioma en expansión en todo el mundo que en los últimos años ha alcanzado cotas sin precedentes. El Instituto Cervantes lo presenta además a los estudiantes como una lengua de futuro, fácil de aprender, fruto de la diversidad, práctica y útil para su vida profesional.
El Instituto Cervantes constituye un magnífico observatorio de la evolución del español como lengua de comunicación internacional. Se fundó en 1991 para promover la enseñanza y el uso de la lengua española en todo el mundo, así como para difundir la cultura en español, sin distinción entre nacionalidades de origen. Hoy está presente en más de 40 países con sus centros y aulas Cervantes; tiene cerca de cien mil matrículas al año, de las que once mil corresponden a los profesores que asisten a sus cursos de formación; organiza 17 actividades culturales cada día del curso académico; sus bibliotecas superan los 700 000 volúmenes; y recibe más de siete millones de visitas al año en su página en Internet, el Centro Virtual Cervantes.
En el Congreso hemos querido presentar tres grandes proyectos. En primer lugar, el convenio que se firmará dentro de unos días entre el Instituto y Radio Televisión Española para lograr un objetivo largamente esperado, un curso de español panhispánico para la televisión y que se difundirá por cadenas de todo el mundo. Hemos hablado también del Aula Virtual de Español, un curso de enseñanza de la lengua por Internet que constituye en estos momentos un producto único por su eficacia y calidad. Y hemos invitado una vez más a que el mayor número posible de países se sumen a los Diplomas de Español como Lengua Extranjera, tal como lo ha hecho ya la Universidad Nacional Autónoma de México, de forma que sea el título que respalde toda la comunidad hispanohablante. Los tres proyectos son especialmente significativos, pues abarcan tres campos que nos parecen esenciales para hacer avanzar el español en el mundo: los medios audiovisuales, las tecnologías de la información y la comunicación y la unidad de la lengua como garantía de la utilidad de su aprendizaje.
Creemos que en estos momentos hay cuatro zonas prioritarias para que se expanda el español como lengua extranjera: Extremo Oriente, Estados Unidos, Brasil y Europa. En la región de Asia y el Pacífico el español crecerá de forma extraordinaria en los próximos años, a lo que no resulta ajeno el interés que siente por América Latina —como se ha podido comprobar en los últimos días— y el que un país como China sea el primer importador no comunitario de España. Estados Unidos se encuentra entre los cinco mayores países hispanohablantes, y todo parece indicar que el español se mantendrá entre los inmigrantes, como prueba el que los candidatos a la Presidencia lo utilicen para captar el voto hispano, y que crecerá entre los hablantes de lengua inglesa. Brasil está a punto de culminar la introducción del español en el sistema educativo reglado, algo que ya se da en Estados como el de Río de Janeiro, pero en cualquier caso en la actualidad lo domina el 45 % de los ejecutivos de las grandes empresas y la previsiones indican que dentro de diez años lo hablarán 30 millones de personas. En las últimas pruebas de acceso a la propia Universidad de Río de Janeiro, 28 000 candidatos eligieron examinarse de español, 18 000 de inglés y 800 de francés. Y en Europa el español crece exponencialmente incluso en lugares de los que hasta ahora estaba ausente, como los países nórdicos y los del este, donde en estos momentos supera al alemán y al francés.
Todavía queda mucho por lograr, pero puestos a establecer retos me atrevería a señalar uno: para que se asiente como la indiscutible segunda lengua de comunicación internacional, resulta imprescindible que se convierta en indispensable medio de intercambio científico y económico, así como de comunicación.
La expansión de la lengua es el mejor modo de impulsar la difusión de nuestra cultura. En este caso, podríamos fijarnos como objetivo una situación similar a la que describía hace casi cuatro siglos un italiano, cuando afirmaba que en su país —cito— «los representantes de comedias, para aumentar la ganancia, ponen en los carteles que van a presentar una obra de Lope de Vega, y sólo con esto les falta coliseo para tanta gente y caja para tanto dinero».
El Instituto Cervantes está presente en casi todos los países de la Unión Europea, y tiene previsto extenderse por las tres zonas restantes. En diciembre se inaugurará la nueva sede de Belgrado, y el próximo año las de Estocolmo, Praga y Sofía. En 2006 se abrirán otras en Pekín, Shangay, Nueva Delhi y Tokio. En todas ellas contamos con la colaboración y el trabajo conjunto con las representaciones diplomáticas latinoamericanas, porque el Instituto es una institución al servicio de toda la comunidad hispanohablante. Nos gusta recordar que el venerable Diccionario de Autoridades definía la palabra comunidad en su tercera acepción como «franqueza, generalidad y libertad de las cosas, que son comúnes para todos, y de que qualquiera puede participar y gozar libremente». Es justamente lo que tratamos de hacer.
Por eso, les anuncio que, dentro de poco, podría haber directores hispanoamericanos de los centros del Instituto, como ya hay profesores, jefes de estudios, bibliotecarios y gestores culturales. Para nosotros no son extranjeros, sino miembros del Instituto en igualdad de condiciones que los españoles. Además, el Instituto Cervantes no renuncia a estar presente en ningún lugar del mundo, y estudiará con atención todas las propuestas que reciba.
La historia de las lenguas forma parte de la profunda intrahistoria de los pueblos, porque la lengua es tal vez la manifestación más elaborada de la inteligencia y la cualidad que distingue a las personas del resto de los animales, y por eso para algunos filósofos no hay alma sin palabras. Es también un fenómeno social, pues su función básica consiste en ser instrumento de comunicación y de intercambio. A partir de ahí, se puede utilizar para muchas otras cosas, como la confrontación entre hablantes de lenguas diferentes.
Sin embargo, nada nos iguala tanto a los seres humanos como la capacidad para utilizar una lengua, y por eso toda expresión lingüística, sea mayoritaria o minoritaria, tiene valor universal. Necesitamos lenguas que, como el español, sean habladas por millones de personas y que faciliten la comunicación en un mundo cada vez más abierto, pero tenemos el imperativo moral y cultural de conservar y dar a conocer los cientos de otras lenguas que se hablan allí donde habitamos. Cuando nos referimos a 400 millones de hispanohablantes no queremos decir que todos tengan el español como lengua única o materna, sino que muchos de ellos la comparten con otra de menor amplitud geográfica, y por eso la situación del conjunto de nuestras lenguas ha sido ampliamente abordada en este Congreso.
Las fronteras políticas rara vez coinciden con las fronteras lingüísticas, y el propio español y la cultura en español no serían lo que son sin las otras lenguas de España y las lenguas indígenas, sin el Tirant lo Blanc de Joanot Martorell, sin los cancioneros galaico-portugueses y sin el Popol Vuh. Tampoco sin los millones de personas que, venidos de las más distintas procedencias, se han incorporado a nuestra cultura. Sebastián de Covarrubias ya decía en 1611 que la lengua «que ahora tenemos está mezclada de muchas», y en el siglo xx Alfonso Reyes la llamó «lengua de síntesis y de integración histórica». Son más que citas del pasado, y por eso S. M. el Rey se refirió a ella en la sesión inaugural como lengua de mestizaje.
Este es uno de sus grandes valores, porque como afirmaba el miércoles el profesor Claudio Guillén «ninguna cultura es monolítica, ninguno de nosotros es sólo una cosa», y por eso no se trata de borrar las diferencias, sino de entenderlas y absorberlas.
Decía al principio de estas palabras que hemos llegado al final. No es cierto. El Congreso continuará en el Centro Virtual Cervantes en Internet, donde se podrán leer las ponencias que aquí se han presentado. Como continuará a lo largo del próximo año con la celebración del cuarto centenario de la primera parte del Quijote, el libro que representa por excelencia la lengua y la cultura en español y, por ello, nuestra identidad lingüística y cultural. Porque como decía Borges, «en el principio de la literatura está el mito, y asimismo en el fin».
Muchas gracias y, de nuevo, enhorabuena a todos.