Debo confesarles que he hablado en los ámbitos más variados, desde parlamentarios, pasando por tribunas político-partidarias, ámbitos académicos en universidades, pero jamás imaginé que iba a estar haciéndolo, precisamente, en el III Congreso Internacional de la Lengua Española con la presencia de las máximas autoridades de nuestro idioma, de nuestra lengua y de tan importantes intelectuales latinoamericanos, españoles en general. Así que, voy a ser breve, es la primera aclaración que hago.
Quiero no hablar del valor de la palabra desde los lugares que ya se han hecho con muchísima autoridad y muchísimo más conocimientos que el mío, que es el valor de la palabra desde lo académico, desde lo lingüístico, inclusive desde lo que tiene que ver con la construcción social y educativa, como también ha hecho referencia el señor ministro de Educación. Quiero hablar del valor de la palabra desde el ámbito que me es propio: el de la representación política e institucional. No ya la palabra como valoración lingüística, no ya la palabra como valoración académica, sino la palabra como obligación y mandato moral en un ámbito en el que muchas veces no sucede esta coincidencia entre el significado de la palabra, la promesa de la palabra y la realización concreta de los hechos.
Desde este ámbito, entonces, que me es propio, el de la representación política e institucional, quiero decirles que hemos podido cumplir, no solamente quien habla, sino hombres de distinto partido como, por ejemplo, el intendente de la ciudad de Rosario, como es el Gobierno de la provincia de Santa Fe, como los distintos funcionarios que han colaborado en la realización de este Congreso. Todos hemos podido cumplir con una promesa que habíamos hecho, con un compromiso que habíamos asumido: que este Congreso se iba a realizar y que, además, se lo iba a hacer exitoso.
Tal vez para muchos esto no sea importante, pero frente a una sociedad tan castigada como la nuestra en cuanto al incumplimiento de promesas y de palabras, con tanto escepticismo, con tanto descreimiento, este día que culmina hoy exitosamente luego de cuatro jornadas muy valiosas, es algo más que el valor académico, es algo más que el valor lingüístico, es el valor de que podemos hacer las cosas y que las podemos hacer bien. Y no tal vez sea una cuestión menor, es una cuestión fundante, es una cuestión vital.
Quiero agradecer profundamente a las autoridades del Instituto Cervantes, a las autoridades de la Real Academia Española, a la intendencia de Rosario, a la gobernación de Santa Fe, a las empresas que colaboraron para que esto pudiera realizarse. Porque bueno, vamos, en el mundo de las ideas, el valor del dinero también lo debemos conocer, porque si no las palabras solamente son palabras y quedan en utopías. Hemos podido realizar esta utopía, que era la de este III Congreso de la Lengua aquí, en Rosario, y lo hemos hecho exitosamente.
Quiero agradecer a todos y cada uno de los brillantes intelectuales que desde distintos lugares del mundo han venido y estado aquí estos cuatro días discutiendo y debatiendo con profundidad sobre la importancia de la identidad cultural, la importancia de la condición humana, la importancia de identificarse a través de la lengua y de la historia común para poder también construir un futuro común. Deseo hacer notar que la diversidad cultural, muy por el contrario de lo que piensan algunos que quieren lengua única y lenguaje político e ideológico únicos para todo el mundo, es, precisamente, lo que ha enriquecido la historia de la condición humana, del ser humano.
Finalmente —ha sido un día extenso el de hoy— quiero referirme también, no ya como representante institucional, sino como lo que he sido toda mi vida, una militante política, a la palabra como creadora de utopías, como creadora de sueños en una sociedad en la cual, como reclamaba con justicia nuestro ministro de Educación, cada uno de los jóvenes, cada uno de nuestros chicos pueda acceder a un libro, pueda acceder a la educación, pueda convertirse y obtener patente de ciudadano que es lo que se está demandando.
Quiero decir, por último, que esas utopías de un mundo mejor y de una sociedad más justa, tienen que ver con la palabra, tienen que ver con la creación de los sueños, tienen que ver con la imaginación, tienen que ver con una identidad muy importante que sobrepasa los idiomas y que es la identidad de la condición humana, de reconocer en el otro, en la otra edad, como dice un prestigioso intelectual de nuestro país, la imagen de cada uno de nosotros. En ese respeto a la diversidad, creo que está la clave de nuestros tiempos.
Por eso, gracias Rosario; gracias argentinos; gracias a todos y cada uno de ustedes que hicieron posible este Congreso que culmina hoy exitosamente más allá de las continuidades que uno va a poder observar en las publicaciones o en la web.
Creo que hoy hemos dado un muy fuerte paso adelante frente a nosotros mismos en el sentido de que cuando nos ponemos objetivos, metas y trabajamos todos juntos tirando para el mismo lado, podemos hacer las cosas bien. Argentinos: no es una cuestión menor.
Muchísimas gracias a todos y cada uno de los que hoy nos ha acompañado. Muchas gracias.