Reparto de papeles o guerra de eliminaciónHernando F. Calleja

Dice el rótulo de este panel «De la prensa a los recursos digitales», algo que aparenta el relato de un tránsito consumado cuando, en realidad, estamos en una situación de simultaneidad. La prensa permanece y los recursos digitales ahí están.

También el término «recursos» me parece una pieza de disección sugerente, en tanto que puede evidenciarse en ella una instrumentalidad de lo digital por parte de la prensa, instrumentalidad que es justo reconocer, ya que ha constituido, desde finales de los años setenta del siglo pasado, el mayor avance habido en las técnicas de edición e impresión de la era gutenberguiana. Pero no solo en los aspectos tecnológicos podemos referirnos a los recursos digitales, sino en materia de contenidos, que es tanto más importante.

Si avanzamos hasta ahora mismo, el planteamiento anterior, en el que la gran demandante y, por tanto, el gran estimulante de desarrollos digitales era la propia prensa, comprobamos que las cosas han cambiado y parece que se ha establecido una relación de parasitismo o, aún más, de confrontación ya que, frecuentemente, se nos presenta la comunicación digital como vencedora de una cruenta batalla con resultados demoledores para una de las partes: la prensa.

Me conviene señalar en este punto que si hoy los medios tradicionales, y especialmente la prensa escrita, aparecen como perdedores en los primeros años de esta guerra, no solo se debe al desigual punto de partida, sino a que la prensa no se ha enfrentado a la situación con la preparación que esta lid exigía.

En plena crisis de supervivencia económica y de reconducción de los negocios, la prensa todavía incurrió en otro error estratégico: no consideró adecuadamente a su, digamos, adversario digital; incluso, como decía al principio, ha tratado de instrumentalizarlo con poco éxito. En el mejor de los casos ha ayudado a estimular y alimentar el fenómeno digital en perjuicio de sus propios intereses.

Algunos compañeros de mesa han hablado (o se disponen a hacerlo) sobre estas cuestiones, lo que me permite a mí hacer una excursión por otros vericuetos y con otros alcances de la cuestión principal. Me quiero referir especialmente al impacto que los medios digitales han tenido en la distribución de los contenidos entre los distintos medios y soportes, y lo que esto supondrá en la tradición de los géneros periodísticos más comunes.

Es una evidencia que los medios digitales han robado a los medios clásicos la primicia, un valor periodístico entre los más cotizados (la prensa los había perdido en buena parte a manos de la radio y la televisión).

Ahora, la batalla definitiva por servir los hechos informativos los primeros es administrada sin la mediación técnica no ya de los medios, ni siquiera de profesionales de la información, sino de personas o colectivos organizados o espontáneos que aportan contenidos a la red.

De alguna manera, el mundo gira 180 grados y es el público (un término demasiado vago) quien alimenta el caudal informativo y los medios, en algunos casos, apenas se aplican a regurgitar un producto, eso sí, más acabado y, sobre todo, informativamente más fiable.

La tardía reacción de los medios clásicos se ha plasmado en tres modelos no excluyentes:

El primero supone el paso con armas y pertrechos al mundo digital para encarar con diversa fortuna un futuro competitivo; en el segundo modelo, los medios clásicos se mantienen en sus formatos, pero realizan ediciones digitales subsidiarias de las ediciones principales y, en una tercera vía, los medios ofrecen, a través de diversas plataformas digitales, su edición impresa. Este último modelo carece de interés específico para este que les habla, puesto que se trata más de un asunto de distribución comercial.

Pasemos revista al modelo de convivencia entre las ediciones clásicas o convencionales y las ediciones digitales. Los medios, para afrontar esta cuestión se han planteado dos maneras de gestionar la información: el periodismo de pluriempleo con un único equipo que alimenta informativamente la web del medio, empleando criterios de periodismo muy cercanos a las tradicionales agencias de noticias, para realizar luego segundas versiones, ampliadas, documentadas e ilustradas para la edición clásica sea prensa, sea radio o sea televisión.

La alternativa la presentan los medios que han destinado efectivos humanos diferenciados respecto a la información digital. La mayoría coincidiríamos en que este último sería el modelo que permitiría obtener unos estándares de calidad más parejos entre medio digital y medio convencional, pero las urgencias económicas, más que una reflexión profunda, han impuesto el modelo de periodista multifunción y multiplataforma, aunque se sea plenamente consciente de que la calidad se resistirá, en la mayoría de los casos, en ambos soportes informativos.

Los teóricos de la información indagan a marchas forzadas sobre la naturaleza de la expresión periodística, desde el lenguaje hasta el género redaccional; sobre qué es más eficiente en cada soporte para el fin común de llevar información y opinión al público. Creo que falta todavía mucho recorrido para hacer un diagnóstico claro y de aplicación generalizable.

Hay, por supuesto, intuiciones, algunos estudios y bastantes mentiras estadísticas sobre el nuevo lenguaje de los medios digitales, sus pautas, el registro lingüístico empleado y otras circunstancias del fondo informativo y de conocimiento.

Debo hacer una excepción. Un buen ejemplo y guía es el manual para escribir en Internet editado por Fundeu, que debemos al empuje y entusiasmo de mi compañero de mesa, y sin embargo amigo, Joaquín Müller.

La información digital estructurada en medios, o no, asusta generalmente al academicismo, porque subvierte la estructura tradicional de los textos y alarma a los medios clásicos por la defectuosa gradación de lo informativo en términos de interés o novedad.

También alarma por la facilidad con la que transita por diversos registros lingüísticos y por las funciones lingüísticas menos objetivables, como la emotividad, lo referencial y, muy especialmente, lo conativo.

Es cierto que esto es así, pero no es tan exclusivo, como parece, de los instrumentos informativos digitales.

Es constatable que esa mayor libertad formal y de fondo que se da en los medios y expresiones digitales tiene vertientes muy resbaladizas, pero también es cierto que los medios tradicionales, por vocación o por perentoriedades de mercado, incurren en los mismos o parecidos vicios.

Llegados a este punto, me interesa reseñar que viene de los medios clásicos no solo una crítica tardía e interesada de los medios digitales (acaso un tanto condescendiente) sino lo que se asemeja a una petición de tregua fundamentada en un reparto de roles que surgen de un razonable análisis de las tareas informativas que se identifican más con unos medios o con otros.

Hay que remontarse a los estudios de Merrill y Lowenstein sobre lo que supuso en su día la irrupción de los medios icónicos, radio y televisión, frente a la prensa escrita. Para estos autores, a la radio y la televisión como medios estructurados no les encajaba bien definirse editorialmente, por su ambición de presentarse como medios de masas cualificados. Si lo hacen, lo llevan a cabo a través de los conductores de programas, que se pronuncian sobre la actualidad, dejando en penumbra lo que pensaría el medio per se.

Hay que decir que la prensa ha tenido un éxito continuado como reserva del periodismo de opinión y del pronunciamiento editorial.

En estos tiempos reclama prácticamente lo mismo y, como argumento, ofrece la contrapartida de renunciar al elemento de la primicia en favor del mundo informativo digital, pero quiere retener para sí el área de la opinión informada y los géneros conexos, (editoriales, crónicas y, en parte, reportajes, en parte, también entrevistas a fondo). Frente a primicia, ofrece exclusiva; frente a blogs y redes sociales, ofrece artículos de fondo y columnismo clásico; frente a entrevistas instantáneas y «canutazos» al asalto, ofrece entrevistas de largo recorrido; frente a informaciones descarnadas y datos apresurados, reportajes rigurosos, ceñidos al hilo de los acontecimientos y con un estilo, documentación, testimonios y paratextos enriquecedores.

Este reparto de roles acomodaticio, que tanto interesa a los medios clásicos, no se presenta como duradero en términos de medios masivos. Es preciso tener en cuenta que las audiencias multitudinarias tienden a reducir su nivel de exigencia informativa. Pasó con la radio y posteriormente la televisión, que recortaron sustantivamente la carga informativa respecto a los medios escritos (un telediario textualiza no más de cuatro o cinco páginas de un periódico), pero consiguieron de los públicos el acomodo a esas pautas, cantidades y calidades de información con la inestimable colaboración de la gratuidad.

Con los medios digitales ocurre algo parecido: hay de facto competencia publicitaria con los medios clásicos y, salvo contadas excepciones, hay una competencia en la gratuidad con la radio, la televisión abierta y la prensa popular gratuita.

La gran pregunta es si estas propuestas de convivencia entre medios impresos, icónicos y digitales es posible y en qué términos. Si la batalla actual condiciona el resultado de una guerra más larga, con víctimas irrecuperables. Si Gutenberg, que ahora se hace el mártir, acabará de verdad martirizado y si los públicos renunciarán a leer sobre papel o llevarán para siempre el dogal de un aparato electrónico como un elemento más indumentario.