España y Portugal: una distancia entrelazada Antonio Sáez Delgado
Universidade de Évora (Portugal)

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Uno de los tópicos de naturaleza cultural que ha conseguido sobrevivir con más entereza al paso del tiempo en la Península Ibérica, resistiendo las embestidas de la erosión de los años con una firmeza sorprendente, es aquel, conocido por todos, que nos habla de un territorio, el peninsular, constituido por dos países, Portugal y España, tradicionalmente de espaldas, sin interés el uno por el otro, plagado de recelos históricos y de desconfianzas mutuas. Ese tópico, que enraizó rápidamente en el suelo ibérico y se extendió por su superficie como una planta rastrera, pasó pronto a formar parte del imaginario de las relaciones culturales luso-españolas en el tiempo de la modernidad, bajo diferentes fórmulas que resonaban por casi toda la península como una triste letanía recitada en la oscuridad. Así sucedió en el campo de la literatura española, donde un conjunto nutrido de autores se hacía eco de esa especie de fantasma ibérico que susurraba sin cesar la existencia de un arraigado desconocimiento de la realidad portuguesa, formulada con frecuencia bajo el concepto de la «distancia» existente entre ambos países.

En 1900, inaugurando el siglo XX, uno de los críticos literarios más sagaces del momento, Eduardo Gómez de Baquero, Andrenio, se refería al «apartamiento intelectual y moral de los dos pueblos hermanos de la península ibérica, que son dos hermanos que no se tratan» (Gómez de Baquero, 1900: 156), y veinte años más tarde, en 1921, Enrique Díez-Canedo, uno de los más atentos observadores de la realidad cultural portuguesa, añadía sin rodeos: «Nada más desconocido, en efecto, que la literatura portuguesa para un español» (Díez,Canedo, 1921: 234). Miguel de Unamuno, en 1907, se atrevió a responder sin pelos en la lengua al motivo por el cual Portugal y España se daban la espalda, reconociendo:

¿A qué se debe este alejamiento espiritual y esta tan escasa comunicación de cultura? Creo que puede responderse: a la petulante soberbia española, de una parte, y a la quisquillosa suspicacia portuguesa, de la otra parte.

(Unamuno, 1964: 16)

Sin embargo, las palabras de Unamuno no fueron suficientes para revertir esta situación, hasta el punto de que, ya en los años ochenta, el poeta portugués Ruy Belo se refería a Madrid como «una de las ciudades del mundo más distantes de Lisboa» (Belo, 1984: 18) y Luis Buñuel parecía responderle asegurando que Portugal es «ese país que para los españoles está más lejos que la India» (Buñuel, 1983: 77).

No obstante, a pesar del enorme poder seductor de este tópico y de su amplísima presencia en nuestros imaginarios peninsulares, la verdad es que, si rasgamos la piel de la realidad histórica, podemos llegar fácilmente a la conclusión de que Portugal y España, en materia cultural, no han estado casi nunca de espaldas, o, si lo han estado alguna vez, ha sido bajo la fórmula de unas espaldas abiertas, porosas, que permitían un contacto casi permanente. Así lo verificamos, de forma especial, desde las últimas décadas del siglo XIX, cuando surgen las propuestas iberistas de nombres como Antero de Quental u Oliveira Martins, hasta la actualidad, en que vivimos un momento de esplendor en materia de diálogo literario y cultural con Portugal. No sería, incluso, exagerado afirmar que el siglo XX es algo así como el siglo de oro de las relaciones entre los dos países, hasta el punto de conducirnos a pensar que, más allá de la mera comparación entre las dos literaturas, es, incluso, posible acercarnos a la comprensión e interpretación de este siglo a través de un estudio entrelazado de ambos sistemas literarios. Esta aproximación entrelazada nos permite explicar, a la luz de una exégesis ibérica, interesantes fenómenos difícilmente analizables desde una perspectiva meramente nacional.

Así, es posible analizar bajo una lupa ibérica, mejor que nacional, el fenómeno del poeta simbolista portugués Eugénio de Castro, que alcanzó un éxito mucho mayor en lugares como España, Argentina o Colombia que en su propio país, hasta el punto de ser ensalzado por Rubén Darío como una de las voces fundamentales del simbolismo internacional y de ser convocado por Francisco Villaespesa para luchar en la cruzada del modernismo español, en calidad de referente internacional.

También necesita una lente ibérica el poeta Teixeira de Pascoaes, apóstol del saudosismo, reverenciado no solo en Salamanca (a través de Miguel de Unamuno) y Madrid, sino también en Cataluña y Galicia, como el abanderado del espíritu nacional lusitano, a través de la fórmula de la saudade, con la que los poetas catalanes del enyorantisme pretendieron hermanarse.

Y algo parecido sucede con el español Ramón Gómez de la Serna y con el portugués José de Almada Negreiros, que vivieron durante algún tiempo, en la década de los años veinte, en el otro país (Ramón en Estoril y Almada en Madrid), empapándose de la cultura que los acogía hasta convertirse, en muchos aspectos, en genuinos representantes de su propia cultura en el otro lado del suelo peninsular. Gracias al estudio de su recepción y del entramado de relaciones generadas alrededor de sus figuras, es posible comprender mejor el casticismo madrileño del primero y el nacionalismo portugués del segundo, forjados tanto en esos espacios como en la distancia de otra ciudad ibérica.

Otro caso singular cuya imagen varía al observarlo desde una perspectiva ibérica es el de Fernando Pessoa, el autor de los heterónimos. Tradicionalmente vinculado, casi en exclusiva, a la cultura anglosajona, lo cierto es que Pessoa escribió un conjunto notable de textos dedicados a Iberia y a los diferentes pueblos que la conforman, con una misteriosa lucidez (teniendo en cuenta, sobre todo, que nunca pisó España) que continúa, aún hoy, de plena actualidad. Pessoa soñó que Iberia podría convertirse en una nueva forma de imperialismo, no económico ni político, sino cultural, fruto directo de la convivencia histórica de las tres culturas en la península, en el que la heterogeneidad y la pluralidad serían notas dominantes, bajo un mismo sentido civilizacional ibérico.

Y algo parecido soñó también, aunque de otra forma, José Saramago, para algunos el último iberista, que en La balsa de piedra imaginó una península desgajada de Europa y a la deriva por el Atlántico, camino hacia el sur, ese sur que, para él, como para el pintor uruguayo Torres García, fue siempre su norte. A la luz de esa idea propuso Saramago la fórmula del «transiberismo», un nuevo iberismo de naturaleza cultural, aunque con un trasfondo político, basado en la necesidad de un diálogo permanente no solo entre los diferentes espacios geoculturales de la península, sino, también, y en lugar prioritario, con todos los países americanos o africanos que hablan portugués o español. Con esa alianza de los pueblos de origen ibérico, defendía Saramago, sería posible contrarrestar el enorme poder cultural que, en términos globales, tiene el mundo anglosajón y la propia lengua inglesa.

Pessoa llegó, incluso, a soñar la existencia de una revista literaria en dos lenguas, que no podrían ser otras que el portugués y el castellano, por su proximidad y accesibilidad. Surcaba así unas aguas ya transitadas por Unamuno o Maragall, por el propio Villaespesa o por el arquitecto lisboeta José Pacheko, director de la revista literaria ibérica Contemporânea. Todos ellos sentaron las bases para el acercamiento de españoles y portugueses, pusieron las traviesas para que hoy, nosotros, podamos estar aquí, en un congreso dedicado a la lengua española, abriendo las puertas de nuestra cultura a los aires lusitanos llegados del Atlántico, acariciando el sueño de un diálogo permanente, como quería Pascoaes, entre Don Quijote y la saudade. Y esos aires deben, sin duda, acercarnos no a una nueva realidad binacional, sino a un nuevo escenario plural y rizomático que vaya más allá de los límites ibéricos, en el que las lenguas española y portuguesa sean auténticos vehículos culturales, no solo en el ámbito peninsular, sino, en pie de igualdad, en África (con Angola y Mozambique en primer plano) y América (con el gigante brasileño y todos los países que hablan castellano), como una enorme y riquísima encrucijada cultural que acabe para siempre, de forma definitiva, con la vieja fórmula de los países eternamente de espaldas.

Bibliografía

  • Belo, R. (1984), «Explicação que o autor houve por indispensável antepor a esta segunda edição», en Aquele Grande Rio Éufrates. Obra Poética, vol 1. Lisboa: Editorial Presença.
  • Buñuel, L. (1983), Mi último suspiro. Barcelona: Plaza & Janés.
  • Díez-Canedo, E. (1921), «Líricos portugueses», en Conversaciones literarias 1915-1920. Madrid: Editorial América, p. 234.
  • Gómez de Baquero, E. (1900), «Eça de Queirós. Alejamiento entre portugueses y españoles», La España Moderna, XII, pp. 153-162.
  • Unamuno, M. de (1964 [1911]), Por tierras de Portugal y de España. Madrid: Espasa-Calpe.