Entre velas, jarcias, remos y canoas: voces y expresiones náuticas en el castellano Flor Trejo Rivera
Instituto Nacional de Antropología e Historia (México)

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Resumen

El constante flujo de navíos alrededor de los océanos Atlántico y Pacífico durante la Edad Moderna dejó una profunda huella en nuestro hablar cotidiano. Entre velas, jarcias, remos y canoas, poco a poco el vocabulario náutico fue haciendo suya la tierra firme. Los saberes náuticos y marítimos de tradición prehispánica y europea fueron apropiándose a una y otra orilla de los mares. En esta ponencia se recuperan voces del castellano que hacen evidente este mecanismo de mestizaje y reciprocidad de saberes como el reconocimiento mutuo de dos mundos profundamente relacionados con el mar.

En el acto de cruzar mares desconocidos, explorar ríos y, en general, cruzar orillas separadas por espacios acuáticos encontramos al primer vehículo de mestizaje: el barco. Y me refiero a las embarcaciones no sólo por su función principal de transporte, sino a un elemento que casi ha pasado desapercibido. El impacto que la navegación misma, el buque y sus maniobras, así como la vida cotidiana a bordo causó en tripulantes y pasajeros, lo cual se vio reflejado en el lenguaje.

Los navíos fueron durante la Edad Moderna el invento más complejo que existía hasta ese momento. El descubrimiento europeo de un nuevo mundo, sumado a la constante búsqueda de encontrar la ruta hacia China, incrementó en la península ibérica la atención sobre la tecnología náutica. Tanto el diseño de los barcos como los conocimientos para la navegación de altura fueron perfeccionándose para permitir viajes constantes y sistemáticos, en una ruta conocida y buscando la mayor seguridad posible a través de la enseñanza náutica de pilotos y maestres. Y como suele suceder en los viajes, desde los barcos que cruzaron por primera vez el Atlántico sus tripulantes también se asomaron con curiosidad por la borda y se asombraron con las tecnologías náuticas con las cuales se cruzaron. Los numerosos encuentros con canoas, de diferentes tamaños y diseños, a veces con nutrida tripulación y otras con mercancía, quedaron registrados en crónicas, papeles oficiales y diarios de viaje. El constante flujo de embarcaciones durante el barroco hispano, los avistamientos de tecnología náutica, efectuados de orilla a orilla de los barcos y canoas, en medio del mar y de los ríos, dejó una profunda huella en nuestro hablar cotidiano (Trejo, 2023).

¿Por qué razón el barco fue un espacio de mestizaje? Me interesa centrar mi reflexión en el impacto que tuvo para ambas sociedades, tanto la europea como la americana, reconocer en el otro su tecnología náutica.

Fray Diego Durán, en su obra Historia de la Indias de la Nueva España e islas de Tierra Firme, narra la llegada del barco de Cortés a las costas del actual Veracruz y cómo Moctezuma envió emisarios para que averiguarán sobre aquel cerro flotante que había aparecido en el agua y las intenciones de sus habitantes. Lo sugestivo de esta crónica, para el tema que me importa resaltar, es acerca del impacto que causó su presencia y la interpretación que los emisarios de Moctezuma hicieron sobre el navío español.

Moctezuma envió una misión secreta a las costas de Veracruz para corroborar los rumores sobre la presencia de una extraña roca o cerro horroroso flotante habitada por personas vestidas de muchos colores. Los responsables de la inspección regresaron con noticias que incrementaron los temores del huey tlatoani. Como segunda estrategia de verificación acerca de la intención de los seres recién llegados por mar, mandó por segunda vez una comisión ahora con presentes y manjares. El objetivo de la comida era corroborar su reacción. Si la recibían con familiaridad entonces posiblemente era Quetzatcóatl cumpliendo su promesa de retorno; en cambio, el rechazo o asombro implicaría seres con intenciones desconocidas. Incluso, Moctezuma les recomendó encarecidamente a sus emisarios que, en caso de que también se los quisieran comer a ellos, lo permitieran, con la promesa de premiar a sus familias (Durán, 1579: cap. LXIX).

Cuando la embajada llegó a la costa, desplegaron los presentes sobre una roca y por señas comunicaron a la embarcación la intención de un diálogo. Desde la embarcación, mandaron una lancha por ellos para subirlos al navío. A bordo, con la ayuda de Malitzin o Marina, se llevó a cabo el ofrecimiento de obsequios y manjares. De las viandas, lo que más deleitó a los tripulantes fue la bebida de cacao. En reciprocidad, Cortés ofreció a los visitantes los únicos bastimentos que había a bordo: bizcocho -un pan cocido dos veces para garantizar su duración durante el trayecto-, tocino y vino. El cronista Durán, sobre esto último, solamente menciona que a los embajadores de Moctezuma les gustó más el vino que el bizcocho y por tal alegría no pudieron bajar hasta el otro día del barco. Una vez en tierra, se subieron a un árbol para dar una mejor relación al tlatoani:

Vieron como tendían unas grandes mantas en los masteles del navío y después de tendidas como salían de puerto y se iban y estando allí para ver esa cosa misteriosa de ver, (y) andar aquel navío sin que nadie le llevase por encima del agua...

(Durán, 1579: cap. LXIX)

A su regreso, presentaron ante Moctezuma una relación detallada de lo sucedido a bordo del barco. Como al tlatoani le seguía inquietando la procedencia de aquellos personajes, mandó pintar el barco y sus tripulantes de acuerdo a la descripción de uno de sus embajadores (Durán, 1579: cap. LXX). Desafortunadamente, esa pintura que expresaba cómo interpretaban una tecnología náutica desconocida, no pervivió. A lo largo del relato, las diferentes descripciones de la embarcación lo refirieron como una cosa espantosa y misteriosa, grande y redonda en medio del agua o un cerro redondo de palo en el agua.

Sin embargo, la admiración y sorpresa sobre los vehículos acuáticos, también sucedió desde las cubiertas de las naos y galeones hispanos. Varias crónicas dan cuenta de la sorpresa y admiración que causó en los navegantes españoles su encuentro con las canoas. El cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, hizo una comparación entre ambas embarcaciones:

No son navíos que se aparten mucho de tierra, porque como son bajos, no pueden sufrir grande mar (...) y con todo esto son más seguras estas canoas que nuestras barcas (...) y las canoas, aunque se aneguen e hinchen de agua, no se van al suelo ni se hunden, e quedánse sobreaguadas.

(Fernández, 1851: Libro VI, Cap. IV)

En el cuarto viaje de Colón, realizado entre 1502 y 1504, en las costas de Honduras observaron una canoa de la cual, a Hernando Colón, quien hace la crónica, le sorprendió su manufactura y tamaño:

(...) quiso su buena suerte que llegase una canoa tan larga como una galera, y ocho pies de ancha, toda de un solo tronco, y de la misma hechura que las demás, la cual venía cargada de mercaderías, de las partes occidentales, hacia nueva España, en medio de ella había un toldo de hojas de palma, no diferente de que las que traen las góndolas en Venecia, que defendía lo que estaba debajo, de manera que ni la lluvia, ni el oleaje podían dañar a nada de lo que iba dentro. Debajo de aquel toldo estaban los niños, las mujeres, los muebles y las mercaderías

(Colón, 2022: 60)

En el relato puede apreciarse, en lo subrayado, que las descripciones usualmente van acompañadas de comparaciones con algo familiar o conocido a fin de poder advertir ventajas e inconvenientes, bondades y diferencias. En la descripción, se le contrasta con el tamaño de una galera y, por su diseño, con una góndola veneciana. La palabra «canoa», de origen taíno, es el primer americanismo que se incorporó al castellano y Nebrija el primero en registrarlo en un diccionario. La palabra significa cavar o vaciar un árbol, por lo cual hace referencia a la técnica de manufactura. Bajo la voz «canoa» se generalizaron todas las embarcaciones monóxilas utilizadas en América. Actualmente, desde la historia y arqueología marítima se está buscando diferenciar a mayor profundidad las características náuticas de las diversas tradiciones navales agrupadas bajo el término «canoa».

Con estos dos ejemplos, quise destacar el reconocimiento mutuo, desde la apreciación de la tecnología náutica, de dos mundos y sociedades relacionadas profundamente con el agua, y cómo las embarcaciones sirvieron también como vehículos de mestizaje.

¿Cuánto hay de mar y de barco en nuestra vida cotidiana?

No obstante la irrupción en nuestra vida actual de otros medios de transporte, como el automóvil y el avión, y la consecuente disminución del empleo de embarcaciones para viajar, en la actualidad utilizamos voces de origen náutico para referirnos a un sinnúmero de situaciones. La experiencia a partir del constante flujo de navíos alrededor de los océanos Atlántico y Pacífico, a través de al menos tres centurias, se incorporó en nuestro hablar cotidiano. Las largas travesías oceánicas a bordo de espacios confinados, en vehículos cuyas maniobras se ordenan y ejecutan a través de un lenguaje técnico especializado, tuvo un impacto en pasajeros y tripulantes. Entre velas, jarcias, remos y canoas, poco a poco el vocabulario náutico fue haciendo suya la tierra firme.

Como ejemplo y ejercicio de esta afirmación, voy a enumerar unas cuantas frases relacionadas con el IX Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en Cádiz, precisamente, un puerto vinculado históricamente con América.

  • La sede propuesta en Arequipa, Perú, se fue al traste por los zafarranchos políticos
  • Tiramos todo por la borda para poder venir al congreso en Cádiz
  • El congreso está abarrotado de personas interesantes

«Dar al traste» es una expresión relacionada con las galeras. Este tipo de embarcación era para la guerra y su principal sistema propulsor eran los remos. Los bancos donde se sentaban los bogavantes para remar se llamaban trastos o trastes. Cuando la galera se accidentaba y se hundía se decía «dar al traste», debido a que los bancos eran arrastrados al fondo del mar (Pariente, 1970: 115-136). Por extensión, el vocablo actualmente se aplica para indicar que un proyecto fracasó.

En lo concerniente al término «zafarrancho», la expresión tiene su origen en un término militar que después pasó a los galeones que formaban la Carrera de Indias. En el siglo XVI, era aplicado para las compañías que se formaban entre los soldados. Posiblemente porque viajaban soldados en las flotas, específicamente en los buques de guerra de un convoy, la locución se extendió al espacio comprendido por las cajas de varios marineros que unían sus pertenencias para delimitar un territorio personal. Cuando un navío iba a entrar en combate, era necesario despejar las cubiertas, especialmente donde se encontraba la artillería, ocupada generalmente por los ranchos de los soldados. El acto de zafar los ranchos, es decir, sus cajas, derivó en el vocablo «zafarrancho», el cual posteriormente adquirió el sentido de confusión o destrozo ya que estaba asociado a los preparativos de un enfrentamiento en alta mar (Arancibia, 2017: 21).

Actualmente, cuando decimos que tiramos algo por la borda, entendemos la referencia al acto de interrumpir algo por un acto desesperado o irresponsable. En el sistema de flotas de la Carrera de Indias, estaba estipulado un protocolo para arrojar cargamento por la borda cuando, por tormenta o encallamiento, se requería aumentar el nivel de flotación del buque. El acto se denominaba «echazón» y requería la presencia del escribano que hacía un registro de lo que se arrojaba al mar para posteriormente prorratear las pérdidas entre todos los mercaderes (Trejo, 2023). El acomodo del cargamento resultaba un tema vital para la estabilidad y seguridad del navío. El contramaestre era el responsable de ubicarlo en la bodega de acuerdo a su peso, volumen, forma, contenido y destino. Debido a los movimientos de la embarcación o ante la posibilidad de un mal tiempo, la carga debía asegurarse. Para ello se empleaban barrotes, unas barras grandes que servían como cuñas para apretar y contener la carga. Los barrotes también podían ser reemplazados por otros objetos que como servían para abarrotar se les llamó «abarrotes». Ahora, si imaginamos cómo se vería la bodega de un barco de la Carrera de Indias, cargado con numerosas mercancías, implementos y herramientas para la navegación, materia prima, objetos de repuesto y matalotaje, entre otras cosas, todas ellas abarrotadas para evitar su desplazamiento, es comprensible como llegó a uno de sus sentidos actuales. Cuando un espacio se encuentra abarrotado, entendemos que el lugar se encuentra lleno de algo y no cabe nada más (Arancibia, 2017: 48-49; Trejo, 2023).

Para finalizar, quiero destacar cómo el mar y las embarcaciones funcionaron como espacios idóneos para el mestizaje de una manera de comprender el mundo desde una perspectiva náutica. Y no podía ser de otra forma. Antes del avión y el automóvil, las comunicaciones se efectuaban a través de embarcaciones. Era natural que dos sociedades profundamente náuticas reconocieran al otro con una mirada de marinero.

Por otro lado, la experiencia a bordo de un barco dejaba una vivencia imborrable tanto en pasajeros como en los tripulantes. Con este breve recorrido a través de voces traídas por marineros encontramos que el castellano se enriqueció a través de las experiencias de quienes surcaron el mar. Influidos, impactados o embelesados, cualquier nauta o viajero que abordaba un navío bajaba de él transformado. La experiencia a bordo se vio traducida en palabras, voces que con el tiempo se volvieron expresiones cotidianas de una vida alejada de los salados horizontes, pero que en la lejanía dan cuenta de la profunda relación de nuestra sociedad con el mar.

Bibliografía

  • Arancibia, P. (2017), «Voces y expresiones marítimas en el habla de Valparaíso”, Boletín de Filología, 19, pp. 5-132.
  • Colón, H. (2022), Cuarto viaje colombino: la ruta de los huracanes (1502-1504), Madrid: Dastin.
  • Durán, D. (1579), Historia de las Indias de Nueva España e islas de la Tierra Firme. Disponible en: https://www.bne.es/es/colecciones/manuscritos/manuscritos-historicos-genealogicos/historia-indias-nueva-espana.
  • Fernández de Oviedo, G. (1851), Historia general y natural de las Indias, islas y tierra firme del mar océano, Madrid: Imprenta de la Real Academia de la Historia.
  • Pariente, Á. (1970), «Sobre “trasto” y “traste”», Revista de Filología Española, vol. 53, n.º 1/4, pp. 115-136.
  • Trejo Rivera, F. (2023), «¡Al carajo! Un equívoco. Vocabulario náutico en nuestra vida cotidiana», en C. Company (coord.), Hablar y vivir en América. México: El Colegio Nacional y Universidad Nacional Autónoma de México.