Las estructuras carnavalescas como inspiración para otros géneros literarios Ana López Segovia
Actriz y dramaturga (España)

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Resumen

Cómo la cultura popular y el carnaval de Cádiz han influido en mi proceso creativo a la hora de escribir textos teatrales. Aprendizaje y metodología de un estilo dramático.

Desde los 14 años, edad en la que entré a formar parte de una compañía de teatro aficionado, he seguido un camino de aprendizaje constante en el mundo teatral, especialmente en el terreno de la interpretación y la dramaturgia. Los años de estudio en Filología Hispánica en la Universidad de Cádiz, la formación como actriz en el estudio de Juan Carlos Corazza de Madrid, el trabajo directo con directores y dramaturgos como Ramón Pareja, Antonio Álamo, Eusebio Calonge y el gran Paco de la Zaranda o José Troncoso; también mi trabajo actual en Las Niñas de Cádiz, compañía en la que escribo, dirijo, interpreto... Toda esta experiencia ha marcado mi estilo y mi forma de entender la escritura teatral.

Pero esta enumeración que acabo de hacer estaría del todo incompleta si no mencionara la otra pata imprescindible en mi formación como dramaturga: los años que he pasado escuchando y escribiendo carnaval de Cádiz.

La cultura popular tiene un peso enorme en mi mundo creativo. En la facultad tuve la suerte de profundizar en muchos aspectos de la lírica popular, los trovadores provenzales, las cantigas de amigo, las jarchas, los villancicos castellanos, luego los romances... También el flamenco, con esas letras depuradas a lo largo de los años a través de la transmisión oral, con esos versos que son la pura esencia, de un lirismo difícil de igualar...

Salvando las distancias, en la escritura de carnaval veo algo de aquella actitud que debían tener los poetas provenzales, que escribían inspirándose en estas líricas tempranas que andaban en la boca del pueblo. Alguien que escribe para el carnaval de Cádiz tiene presente el estilo, el tempo, el ritmo y la forma de expresarse de la tradición carnavalesca. Y tiene también en cuenta la inmensa capacidad receptiva del público que va a escuchar. Un público formado y preparado para valorar todas esas letras en cuanto a métrica, a recursos, a música... En Cádiz la cultura popular está muy presente y además es sofisticada. Hay autores y autoras más o menos barrocos y otros más sencillos; hay quienes escriben con voluntad de estilo y los hay que escriben para pasar un buen rato en carnavales junto a su grupo de amigos. En todos los casos, el nivel de escritura es asombrosamente notable, incluso en personas que no tienen ni idea de métrica. Porque aquí se mama la musicalidad del octosílabo, aquí se piensa en rima. Digamos que el entorno y la tradición crean escritores y escritoras en potencia.

Esto en cuanto a la versificación. En lo que respecta a la dramaturgia, el carnaval de Cádiz también es un espacio de aprendizaje y formación. La formulación aristotélica del «principio, nudo y desenlace» está implícita en cualquier letra de carnaval. De manera intuitiva, es algo que se transmite, que uno escucha desde pequeño. Un buen cuplé es un tratado de dramaturgia en miniatura, aunque el autor o autora no tenga ni idea de quién es Aristóteles: los primeros versos están dedicados a la presentación del tema, luego hay un desarrollo, o unin crescendo de la situación, hasta el final, el remate del humor, el rakatán, que diría el gran Manolo Padilla. En Cádiz tenemos el «pellizco», que sería el «nosequé» de Baltasar Gracián, y tenemos también el rakatán, el golpe, el final, el remate... El rakatán es fácilmente reconocible porque va acompañado de la carcajada, o de la emoción. Si no hay carcajada, si no hay golpe de emoción, es que no has llegado al rakatán, NO HAS ACABADO BIEN. Esto es lo más difícil en la escritura dramática o en los guiones de audiovisuales. Cuántas veces vemos una obra de teatro, o una película, una serie, y decimos: «empieza bien, pero va decayendo y el final es malísimo». Es verdad, no basta con tener una idea brillante. Tienes que saber acabarla. Eso en Cádiz está clarísimo: si no acabas bien el cuplé, el cuplé no vale un duro; aunque esté muy bien escrito, si no hay carcajada al final la gente va a decir: «qué pena que no lo haya rematado bien». Por eso, en general, el cuplé se escribe empezando por el último verso. Todo está enfocado al golpe de las últimas palabras. Tienes que contar muy bien una historia durante los seis, ocho o doce versos del cuplé, que el público rápidamente se haga en su cabeza un croquis de la situación, para finalmente soltar el rakatán que todo el mundo está esperando desde el principio.

Esta capacidad de síntesis, cómo contar toda una historia en apenas unos versos y rematarla, ha sido un aprendizaje crucial para mi trabajo. Buscar la capacidad evocadora de cada palabra, elegir el término acertado que sustituye por sí solo a una frase, elaborar minuciosamente cada detalle para conducir a la risa... Muchas veces pienso: «esta historia no la puedo contar en un cuplé tan corto». Pero aun así lo intento, aunque sea como ejercicio. En la búsqueda de la concisión se consiguen grandes hallazgos y sorprendentes efectos humorísticos, al sustituir toda una frase explicativa por una onomatopeya, un neologismo, incluso una elipsis... En este sentido, el habla andaluza se convierte en un recurso más, al tratarse de un dialecto de enorme ductilidad.

Yo he aprendido, sin saberlo, nociones de dramaturgia escuchando de pequeña el popurrí de Los Cruzados Mágicos o el de Los Cegatos con Botas. Los autores y autoras de chirigotas, de romanceros, me han enseñado cómo contar una historia en verso en apenas cinco minutos, con su principio, nudo y desenlace, provocando la carcajada y dejando además un mensaje al final. Es perfecto.

Aun así, lo más revelador para mí, como escritora, de todo este proceso creativo es que tiene al humor como único objetivo. En aras del humor el autor o autora se permite una libertad y una amoralidad fascinante: si te ríes, vale. No hay estructura métrica o diccionario que ponga trabas a esta búsqueda. Parafraseando a Luis Cernuda, en Cádiz se escribe «libremente, con la libertad del humor, la única libertad que me exalta, la única libertad por que muero».

Cuando acometo la escritura de una nueva obra dramática, aplico con total frialdad y método estos procesos de escritura carnavalesca, conjugándolos con todos los conocimientos que he adquirido durante mi trayectoria teatral. No soy yo quien deba valorar los resultados, pero sí puedo decir que me funcionan. Por eso soy consciente de que tengo mucho que agradecer a los grandes maestros y maestras de teatro que me he encontrado en mi carrera, pero no sería justa si no reconociera también mi deuda impagable con la cultura popular de mi tierra, que me ha dado un estilo genuino, una filosofía y una manera de estar y vivir en el mundo del arte teatral.