De Roma a Cádiz: un carnaval letrado Luis Gómez Canseco
Universidad de Huelva
(España)

Imprimir

Resumen

Desde la antigüedad latina hasta el Cádiz del siglo XVII hubo otras formas de carnaval culto y letrado, pero más desconocidas, que convivieron con el carnaval popular.

Para José Manuel Rico García, por su generosa amistad

Con fina inteligencia poética, Macrobio dispuso como marco cronológico para sus Saturnales que los interlocutores del diálogo se reunieran precisamente durante las fiestas saturnales del año 384. Doce personajes destacados de la aristocracia y la erudición romana, se reúnen en la mansión de algunos senadores para celebrar unas fiestas que Catulo distinguió como «el mejor de los días» («Saturnalibus, optimo dierum!» XIV, 15). Esta festividad, consagrada al dios Saturno a finales de diciembre, tenía un carácter hondamente popular, que en último término remitía a la Edad de Oro, tal como la describió Ovidio en las Metamorfosis (I, 89-112):

Aurea prima sata est aetas, quae vindice nullo,
sponte sua, sine lege fidem rectumque colebat [...].
mollia securae peragebant otia gentes.
ipsa quoque inmunis rastroque intacta nec ullis
saucia vomeribus per se dabat omnia tellus [...].
flumina iam lactis, iam flumina nectaris ibant,
flavaque de viridi stillabant ilice mella.

(La primera edad que se creó fue la de oro, la que cultivaba
la lealtad y el bien sin autoridad, por propia iniciativa, sin ley.
[...] la gente vivía sin problemas en medio de una paz agradable.
Incluso la tierra misma, libremente, sin que el azadón
la tocase ni el arado la hiriera, lo daba todo por sí misma.
[...] Ya corrían ríos de leche, ya ríos de néctar,
y amarilla miel goteaba de la verde encina.)

Las Saturnales eran, pues, las fiestas de la abundancia y el desgobierno, durante las cuales esclavos y señores intercambiaban temporalmente sus papeles, se derrochaba en banquetes y el bullicio, las bromas y el desorden invadían las calles y hasta se elegía un princeps saturnalicius, un monarca burlesco de las fiestas.

Macrobio, sin embargo, optó por recluir a sus personajes en palacios, los pintó por completo ajenos a la bulla y algazara popular, ocupando su ocio en conversaciones en torno a curiosidades eruditas, deslindes gramaticales, literatura y, sobre todo, a Virgilio, pues no en vano se contaba entre los comensales el gramático Servio, señalado comentarista del poeta. Bien es verdad que, en un ejercicio transparentemente metaliterario, este cenáculo de amigos letrados comienza sus disquisiciones tratando del sentido de las mismas fiestas saturnales:

Dicen que los tiempos de su reinado fueron muy felices, no solo por la abundancia, sino sobre todo porque no había aún diferencia entre esclavos y hombres libres, cosa que se puede deducir del hecho de que, durante las Saturnales, se permite a los esclavos total libertad.

(Macrobio, 2010: I, 7, 26)

Luego atienden a sus orígenes:

...parece claro que las saturnales son más antiguas que la ciudad de Roma, hasta el punto de que Lucio Accio relata en los versos siguientes de sus Anales que este culto comenzó en Grecia antes de la fundación de Roma:

La mayor parte de los griegos, y sobre todo Atenas, celebran
en honor de Saturno unas ceremonias que llaman Cronias,
y festejan este día: por la campiña y por las ciudades todos
pasan el día, felices, entre banquetes, y cada amo sirve
a sus esclavos, y tal costumbre pasó de allí, tal cual, a los nuestros,
de modo que, en esta festividad, esclavos y amos comen juntos.

(Macrobio, 2010: I, 7, 37)

Como reflejo de una élite culta y patricia, Macrobio prescindió de las celebraciones populares y multitudinarias, inclinándose por plasmar un carnaval esencialmente literario. La literatura, sí, se alimenta a veces de la inercia carnavalesca, pero casi siempre a una cierta distancia.

Así vuelve a suceder con dos textos vinculados frecuentemente a la cultura popular, como son la Égloga representada en la noche postrera de Carnal y la Égloga representada en la mesma noche de Antruejo de Juan del Encina, que más que probablemente se escribieron para ser representadas juntas y de manera sucesiva. Los personajes son, claro está, de abolengo popular y las referencias carnavalescas son evidentes, hasta el punto de que se han subrayado sus afinidades con la batalla de don Carnal y doña Cuaresma en el Libro de Buen Amor (Stern, 1965; Vian, 1990 y Pérez Priego, 1991: 49-52). Sin embargo, con frecuencia se obvia o no se subraya suficientemente el contexto de representación de ambas obras, que determina de manera decisiva su recta interpretación. En la primera de las églogas se especifica en la acotación inicial:

Égloga representada en la noche postrera de Carnal, que dizen de Antruejo o Carnestollendas; adonde se introduzen cuatro pastores, llamados Beneito y Bras, Pedruelo y Lloriente. Y primero Benito entró en la sala donde el Duque y Duquesa estavan...

(Pérez Priego,1991: 139)

La segunda égloga repite el marco de representación:

Égloga representada la mesma noche de Antruejo o Carnestolendas; adonde se introduzen los mesmos pastores de arriba, llamados Beneito y Bras, Lloriente y Pedruelo. Y primero Beneito entró en la sala donde el Duque y Duquesa estavan, y tendido en el suelo, de gran reposo comenzó a cenar; y luego Bras, que ya había cenado, entró diciendo: «¡Carnal fuera»

(Pérez Priego,1991: 151)

El contexto vuelve a ser el de un banquete festivo celebrado para una élite nobiliaria, conformada en este caso por la corte ducal de los Alba, durante el cual el carnaval reaparece como motivo de entretenimiento literario, aquí bajo envoltura pastoril. Hay mucho, pues, de fingido y postizo en este carnaval de del Encina. Y no ha de olvidarse que con muchísima frecuencia el de pastor era solo eso, un disfraz tras el que se escondía la identidad de algún noble o cortesano. Bien lo apuntó Berganza en su coloquio con Cipión, recordando:

...los diferentes tratos y ejercicios que mis pastores y todos los demás de aquella marina tenían de aquellos que había oído leer que tenían los pastores de los libros; porque si los míos cantaban, no eran canciones acordadas y bien compuestas, sino un «Cata el lobo do va Juanica» y otras cosas semejantes; y esto no al son de chirumbelas, rabeles o gaitas, sino al que hacía el dar un cayado con otro o al de algunas tejuelas puestas entre los dedos; y no con voces delicadas, sonoras y admirables, sino con vo-ces roncas, que, solas o juntas, parecía, no que cantaban, sino que gritaban o gruñían. Lo más del día se les pasaba espulgándose o remendando sus abarcas; ni entre ellos se nombraban Amarilis, Fílidas, Galateas y Dianas, ni había Lisardos, Lausos, Jacintos ni Riselos; todos eran Antones, Domingos, Pablos o Llorentes.

(Cervantes, 2011: 53)

El mismo Cervantes vuelve a subrayar ese contraste en un episodio de honda raigambre carnavalesca inserto en el capítulo XI de la primera parte del Quijote, cuando ante unos cabreros atónitos, encaja el discurso de la Edad de Oro, presentando una sociedad perfecta e igualitaria donde no hay violencia y donde la tierra ofrece sus frutos sin esfuerzo. El ideal remite inequívocamente al gobierno de Saturno, tal como lo describieron Ovidio en sus Metamorfosis o Macrobio en las Saturnales. Los cabreros, ajenos por completo a tales divagaciones eruditas, se limitan a escuchar «sin respondelle palabra, embobados y suspensos» (Cervantes, 2015: 135). Y es que su carnaval era muy otro.

Otro tanto vuelve a ocurrir en las bodas de Camacho, que tienen lugar en el capítulo XX de la segunda parte. La representación de la fiesta popular, el ocio y la abundancia gratuita de alimentos se ha relacionado repetidamente con la tradición carnavalesca y en especial con los territorios de Jauja, Cucaña o Chacona. Estos espacios imaginarios se presentaban como una suerte de Edad de Oro recuperada, una tierra prometida en la que los ríos corrían con vino y leche, los árboles daban jamones por sí mismos, el reparto del poder era arbitrario y se gozaba de una absoluta ausencia de trabajo. El villano escudero identifica de inmediato un paisaje familiar: «Todo lo miraba Sancho Panza, y todo lo contemplaba y de todo se aficionaba» (Cervantes, 2015: 866). No obstante, don Quijote, como reencarnación de doña Cuaresma, se mantiene por completo al margen de esa utopía alimenticia.

Cuando en el capítulo XXX de la misma segunda parte caballero y escudero son recibidos en el palacio de los duques, asistiremos de nuevo a un carnaval privado y nobiliario, del que estos nobles, como antes los de Alba en Juan del Encina, disfrutan con la mesura eutrapélica que conviene a un aristócrata (Redondo, 1989a, 1989b y 1997). Incluso cuando Sancho es designado rey de gallos o princeps saturnalicius, en un entorno transparentemente popular como el de la ínsula Barataria, los duques y hasta el mismo don Quijote contemplan la chanza a distancia y sin intervenir directamente en ella.

Todavía en Cádiz a principios de siglo XVII, cuando el carnaval ya está asentado, volvemos a encontrar otro ejemplo de ese carnaval elitista y letrado que corre en paralelo con el popular. Conocemos su existencia gracias a un singularísimo libro publicado por el capitán Juan Ignacio de Soto y Avilés, alférez mayor de la ciudad, en el año 1639. La obra se estampó con el título inequívoco de Carnestolendas de la ciudad de Cádiz, a lo que se añadió como subtítulo Pruevas de ingenio de don Alonso Cherino Bermudes. De este texto y de su autor se han ocupado José Manuel Rico García (2021), Willard F.King (1963: 77-79) e Ignacio Arellano (2002: 108-109). En el librito, de apenas cincuenta y tantos folios, se describe la reunión de un grupo de nobles y letrados desde el 6 al 8 de marzo de 1639, durante el periodo de carnestolendas y precisamente en las fechas previas a la cuaresma:

Vino don Alonso Chirinos y Bermudes, mi amigo, de Vegel, donde vive (...), sábado en la tarde 5 de marzo (...) La siguiente noche, domingo 6 de marzo, hubo academia en forma; oró Alonso de repente con grandísima facilidad en el intento de las Carnestolendas al Santísimo Sacramento.

(Soto y Avilés, 1639: f. 2v)

Estamos ante una reunión pareja a la que describía Macrobio en sus Saturnales, donde, al tiempo que el pueblo celebraba sus festejos, unos aficionados a las humanidades se juntan en un cenáculo privado para tratar de letras. En el caso de Macrobio, comienzan hablando del origen y sentido de aquellos festejos populares para luego tratar de literatura. Así lo hace también la academia gaditana, aunque su principal ocupación será asistir a un despliegue de la asombrosa habilidad de don Alonso Chirinos, poeta originario de Vejer de la Frontera, para improvisar versos sobre cualquier materia, como bien se aprecia en el texto de Soto y Avilés respecto a la noche del 7 de marzo:

Pidiéronle por asunto para satisfazerse de lo que, aún viéndolo, no es creíble que a un mismo tiempo dictasse a seis personas, siendo algunos de los incrédulos, que en relación no le davan el crédito a la verdad, los mismos que pidieron y escrivieron los asuntos, y aviéndonos dado cada uno, tomando papel y pluma todos seis y dictándoles a todos consecutivamente, sin detenerse ni aún el instante que ocupaba la pluma en escribir, logró con la dicha que suele el deseo de todos en esta forma: fueron dictados un verso de un asunto y otro de otro, y así de los demás, de suerte que a un mismo tiempo se acabaron todos los asuntos.

(Soto y Avilés, 1639: f. 7r)

Si bien se mira, ese alarde de ingenio e improvisación terminará identificándose como propios del Carnaval y de su capacidad poética y literaria, pues no en vano el repentista tenía unas cualidades cercanas a las del juglar, que entretiene a los demás con sus dotes. El alarde de don Alonso llegó a tal punto que exige la presencia de un notario que de fe del mismo:

Martes de Carnestolendas, ocho de marzo. La tercera noche fue de manera el concurso y el rumor que en la ciudad hizo el festejo de las pasadas que, para que el logro desta noche tuviesse el crédito que era justo para los que no le vieren, de voto de toda la academia se llamó a Sebastián Pérez de Torresella, escribano público, a cuyo testimonio, que con esta va impreso, remito la relación de lo sucedido en esta noche, aun de esta manera, difícil de ser creído.

(Soto y Avilés, 1639: f. 2v)

Más allá de tales exhibiciones, lo que quisiera subrayar es la existencia de una suerte de carnaval patricio, culto y de dimensión esencialmente literaria, que llega desde Roma a Cádiz con más de un siglo de diferencia y que se celebra en paralelo al popular. Bien es verdad que, a la postre, será únicamente el carnaval popular el que sobreviva y el que termine triunfando, acaso por la inercia conservadora de la tradición.

Bibliografía

  • Arellano, I. (2002), «Literatura sin libro: literatura de repente y oralidad en el Siglo de Oro», en M. Casado Velarde y C. Saralegui Platero (eds.), Pulchre, bene, recte: estudios en homenaje al prof. Fernando González Ollé. Pamplona: Eunsa, pp. 101-119.
  • Cervantes, M. de (2015), Don Quijote de la Mancha, coord. Francisco Rico. Madrid: Real Academia Española.
  • — (2011), Novelas ejemplares, ed. Jorge García López. Madrid: Real Academia Española.
  • Encina, J. del (1991), Teatro completo: Madrid, Cátedra.
  • King, W. F. (1963), Prosa novelística y academias literarias en el siglo XVII. Madrid: Real Academia Española.
  • Macrobio (2010), Saturnales, trad. Fernando Navarro Antolín. Madrid: Gredos.
  • Ovidio (1998), Metamorfosis, trad. Fernando Navarro Antolín y Antonio Ramírez de Verger. Madrid: Alianza.
  • Pérez Priego, M. Á. (1991), «Introducción», en Juan del Encina, Teatro completo. Madrid: Cátedra, pp. 9-94.
  • Redondo, A. (1998a), «El Quijote y la tradición carnavalesca», Anthropos, 98-99, pp. 93-98.
  • — (1998b), «La tradición carnavalesca en el Quijote», en J. Huerta Calvo (ed.), Formas carnavalescas en el arte y la literatura. Barcelona: El Serbal, pp. 153-181.
  • — (1997), Otra manera de leer el Quijote. Historia, tradiciones culturales y literatura. Madrid: Castalia.
  • Rico García, J. M. (2021), «Breve noticia de un juicio desconocido sobre el estilo de Góngora, obra de Alonso Chirinos Bermúdez», Romance Notes, 61.1, pp. 101-111.
  • Soto y Avilés, J. I. (1639), Carnestolendas de la ciudad de Cádiz. Pruevas de ingenio de don Alonso Cherino Bermudes. Cádiz: Fernando Rey.
  • Stern, C. (1965), «Juan del Encina’s Carnival Eclogues and the Spanish Drama of the Renaissance», Renaissance Drama, 8, pp. 181-195.
  • Vian, A. (1990), «Una aportación hispánica al teatro caroavalesco medieval y renacentista: las Églogas de Antruejo de Juan del Encina», en Il Carnevale: dalla tradizione arcaica alla traduzione colta del Rinascimento. Viterbo: Centro di Studi sul Teatro Medioevale e Rinascimentale, pp. 121-148.